A Rufina Cambacérès
Ella (la que calla)
pretende anular
con vapores insanos,
con arañas que esplenden
incinerando la lividez del sueño,
la fecha fatal,
el veredicto inconmovible del sepulcro.
Pero la muerte no se deshace
y es en vano
confinar pájaros en botellas frías
y arrojarlos al mar de bocas
que improvisan su nombre
para que no canten
los que cantan el silencio.
Yo (la que grita)
apuesto mi poema a su palidez perpetua.
Desde el mármol que le lava
los pies
a la mañana,
desde el banco-balcón que resume
un sigilo de gatos,
la veo girar sobre sus restos.
No sé si es humo, niebla
o afiebrada nostalgia.
A veces pienso que es raro
tener una amiga muerta,
alimentar un gato que no es mío
y haber adoptado estas baldosas grises
y estos ángeles mansos
después de deshacerme del deseo
-del beso que se hamacó
en el banco-balcón
a la sombra de un cadáver que jamás
hacía preguntas-.
A veces pienso que es falso
que la que calla y la que grita
no sean
una misma y única mujer
dormida/ despierta.
Rufina Cambacérès, hija de Eugenio Cambacérès, autor de "Sin rumbo", y de Luisa Bacichi, "amante y madre de un hijo de Hipólito Irigoyen", falleció, sin causa concreta, en el año 1903, la noche en que celebraba sus 19 años. Se cree que fue enterrada cuando sufría un ataque de catalepsia, situación que se advirtió cuando los guardianes del cementerio avisaron, luego de algunos días, que su ataúd se había desplazado. Su familia eligió a Richard Aigner para la realización de la escultura art déco, coronada con abundantes detalles florales, que pretende guiar a Rufina hacia las puertas celestiales, dejando atrás sus terribles últimos momentos.
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