EL TIPO QUE
ESCRIBÍA LOS MAILS NO ERA TOM HANKS
A la poesía
hay que levantarle la pollera,
decía Girondo,
pero a mí se me fue la mano:
se la arranqué a mordiscones y la dejé
desnuda y tiritando,
cada vez más lejos de las oscuras
golondrinas,
con la consiguiente excomunión de las
señoras aburridas
que comen masitas
en los cafés literarios.
en los cafés literarios.
Hay quien me acusa de pesimista
y, por supuesto, lo soy.
y, por supuesto, lo soy.
Las únicas perdices que comí en mi vida
las comí cuando tenía seis años
(esas perdices sí que eran la metáfora de
la felicidad:
papá cazaba, mamá cocinaba,
y la orfandad todavía no había rozado mi
frente
con sus dedos helados).
No creo en los happy ends.
Wendy creció
y me imagino que con su primera
menstruación
extravió sus pensamientos mágicos
y ya no pudo volar hacia la segunda
estrella a la derecha.
Alicia también creció
y cuando descubrió, horrorizada,
que tenía acné,
perdió la capacidad de cruzar al otro
lado del espejo.
Cenicienta y Blancanieves se marchitaron
en primorosos castillos de rutina:
comieron y vomitaron
y tuvieron amantes que las vendieron
por unos pocos dólares
(para mí todas las princesas son Lady Di,
y que no venga Disney a querer venderme
otra cosa).
Todo lo que podía salir mal
salió mal.
Y lo que no podía salir mal,
también.
Y el tipo que escribía los mails
no era Tom Hanks.
Meg Ryan, fotograma de la película "You've Got Mail" (Nora Ephron, 1998)
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