sábado, 10 de febrero de 2024

PIENSO MUCHO EN LOS TIGRES


 PIENSO MUCHO  EN LOS TIGRES 

“Tigre, tigre, brillo ardiente

en las selvas de la noche,
¿qué mano inmortal, qué ojo
pudo forjar tu terrible simetría?”
William Blake


Cuando era chica

me llevaron tres o cuatro veces al zoológico.

Me gustaba ir porque ignoraba

lo que sé ahora:

los animales lloran para adentro

cuando el alto gozo de la libertad

los deshabita.

 

Pienso mucho en mis visitas al zoológico.

Especialmente pienso en los tigres.

Los que no tenían, ni siquiera,

un cupo de cielo sobre sus fabulosas cabezas.

Los que giraban como trompos de sangre

en una jaula agónica

mientras mis ojos niños

se traducían en admiración y miedo.

Los tigres, bestias perfectas,

y su dolor de no entender,

su dolor siempre disponible.

Los tigres

crujiendo en su encierro

como hojas fatigadas,

casi muertos en su otoño perpetuo,

casi vivos en un gesto de sol altivo,

un gesto atávico que perduraba

más allá de los barrotes.

Me pregunto, como William Blake,

qué mano se atrevió a tomar el fuego,

no para fundarlos,

no para trazar su terrible simetría,

sino para extirparles el verde

y sacrificarlos al cemento.

Para arrancarles el sexo de cuajo

y exhibir sin pudor

la llama quebrada.

 

Pienso mucho en los tigres y en sus cuerpos,

en sus camisas menguantes,

en sus ojos,

en su soledad estéril.

Me pregunto si al caer la noche

seguirían girando en sus jaulas

mientras la conversación de las estrellas

les resultaba tan ajena.

Si lograban conciliar el sueño.

Si soñaban con esa otra vida perdida

o los acunaba

una leve desmemoria impregnada

de furor y ternura.

 

Pienso mucho en los tigres.

Me siento en deuda con ellos.

Tres o cuatro veces

admiré su áspero cautiverio.

Ignoraba lo que sé ahora:

los animales lloran para adentro

cuando la libertad

es una cátedra vacante,

una mancha fugaz en la retina,

una fisura sin vino

que gravita

sobre la copa de la inocencia perfecta.

 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario