LA ESTACIÓN
Sucede que yo
me subí a un tren que no era el mío
y desemboqué en una estación extraña
donde tres o cuatro tipos muertos
me miraban de reojo,
mientras hundían sus bocas rotas
en la espesura del vino.
Sucede que yo
me acerqué a preguntarles
para qué lado quedaba el verano
y el más muerto de todos
-el más borracho-
me dijo que el verano no existía
y que más valía ahogarse en vino
que en lágrimas.
Sucede que yo
pedí disculpas torpemente
a esta siniestra rosa de los vientos
de carne vencida
-que, además, estaba en huelga-
y me senté en el andén
a esperar que el sol se diera por aludido,
de una vez por todas,
y dejara de llover.
Sucede que yo
terminé tan borracha
como esos tres o cuatro tipos muertos,
asustando a las muchachitas idiotas
que se suben a trenes equivocados
y corren detrás de hombres que nunca
-nunca, nunca, nunca-
saben cantar.
“El amor no existe, nena.
Y más vale ahogarse en vino
que en suspiros”,
suelo decirles con mi voz alcohólica
a las mujeres con vocación de manzana
que se arrojan a los pies de un macho atroz
y ahí se pudren,
como si nada.
Sé que las estoy condenando
a quedarse detenidas para siempre
en la estación de los desengañados.
Pero, la verdad,
me encanta lo que hago.
Arte: 33Domy
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