ÉL
Él pasó entre mis piernas.
Él descorrió las ajadas cortinas de mi corazón
y recogió
con su boca de arena
mis islas cautelosas y las piedras de mis costados.
Apadrinó mi ternura,
cayó
como una moneda gozosa
en la húmeda ranura de mi cuerpo.
Él desangró los soles,
desvalijó todos los juramentos.
Él me empujó fuera
del nido anterior, del nido antiguo,
estranguló mis voces
con las hebras de una golondrina hecha espera.
No quiero morir sin explicar
este rojo escozor,
este camino extraviado
en el narcótico olor de una amapola.
Él fue la droga fumada en silencio
al costado del abismo,
la niebla verde que enturbió mi ojo
hasta deshacerlo en llanto.
Un hocico de sombra
se deslizó como un presagio helado
por mi espinazo
cuando él dobló mi rostro prolijamente
y lo ocultó como un pecado breve
debajo de la lengua de los campanarios.
Él ofreció mi cabeza
a un golpe de viento.
Él dibujó una cruz de saliva
en el círculo perfecto de mi ombligo.
Agravió la alfombra de mi cuerpo
extendida a sus pies.
Él fue el aliento delirante,
la canción inconclusa,
la mano que desató la hoguera.
No quiero morir sin explicar
esta rojo terror,
este dolor de evocarlo
rodeado de mis poemas,
de estas pequeñas bestias cenicientas
que le lamen las manos.
Rodeado de mis palabras.
Sin mí.
Arte: Ricardo Mester
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