Como si el tiempo se
hubiese soltado el pelo
y hubiera barrido mis años
con su melena de luz
las noches de febrero me
han devuelto
a la casa de mi madre.
Mi madre,
una Scherezada anciana
que vive para contar
(que cuenta para forzar el
amanecer),
hilvana recuerdos con la
aguja profunda de su lengua
(y yo estoy otra vez en mi casa
y miro con curiosidad la
foto de mi hermano muerto
colgada en la pared donde,
hasta ayer,
había un poster de Los Beatles).
Mil y una noches con mamá,
y mamá cuenta.
Cuenta que 1960 no fue tan
especial
pero que hubo un novio,
sí,
del que yo nunca oído a
hablar.
Juan Carlos se llamaba
y sus hermanas me
regalaron un pullover rosa.
Cuenta que lo dejó por Norberto,
el infame que la engañó
con la secretaria de Masllorens,
y que después conoció a papá.
Cuenta que Norberto volvió tres días antes de su boda
a pedirle que no se casara
y ella se casó igual.
Y que volvió, también, cuando mi padre murió
para invitarla a pasar un fin de semana en Mar del Plata
y ella le dijo que no,
porque donde iba llevaba a sus hijos
Norberto, el villano,
sepultado hace años:
“Al final, no importa a quién hubiera elegido,
mi destino era ser viuda.”
Mil y una noches con mamá,
y mamá cuenta.
Cuenta algunos cumpleaños,
algunos carnavales,
algunos velorios.
La película de la Coca Sarli,
“Setenta veces siete”:
“Nunca vi una película tan estúpida:
ella se la pasaba tirada en la cama
mirando un agujero en el techo.
Nos fuimos del cine porque nos aburrimos.”
Cuenta que cuando
exhumaron el cadáver de su padre
una media de nylon seguía
intacta
y los huesitos de los
dedos de los pies del abuelo brillaban dentro
como runas mágicas,
como caracolitos
desertados del mar de la muerte
(no lo cuenta ni con
horror
ni con pena,
lo cuenta con ternura,
como si contara que encontró
un puñado de bolitas
o la pila de figuritas con
brillantina
con las que jugaba cuando
era chica).
Mil y una noches con mamá,
y mamá cuenta.
Cuenta, cuenta, cuenta.
Yo cierro los ojos,
como si ensayara
un pase de magia antigua,
y espero que al abrirlos
el poster de Los Beatles haya vuelto a ocupar
su lugar en la pared.
Y que mi hermano entre en
puntas de pie
a preguntar
si ya se quedó dormida.
Del poemario "El corazón de mi madre", Apócrifa Editorial (2022)
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