EL DOMINGO FUIMOS AL CEMENTERIO
El domingo fuimos al cementerio.
Hacía mucho tiempo que no íbamos
y temía encontrarme
con una tumba mordida por los yuyos,
con el nombre de mi hermano tachado
por la mano brutal de alguna tormenta.
Pero no.
Todo estaba en orden.
Faltaban flores, eso sí.
Pero lo demás estaba en orden.
En ese orden atroz de los cementerios.
Había poca gente.
Una pareja comulgando con el silencio
frente a la tumba de su hijo.
Un chico,
con casco de motociclista bajo el brazo,
mirando fijamente la foto de una mujer.
Y en la zona de los nichos,
una madre joven sentada en el piso
llorando
y acariciando un cajoncito
que parecía de juguete.
“Es difícil amar la vida”, dije,
con la voz infectada
por el virus obstinado de la tristeza.
Pero creo que me equivoqué.
Es fácil amar la vida.
Lo difícil es aceptar que es, apenas,
una pompa de jabón que explota en nuestras manos
antes de que termine el juego.
Justo cuando el verano
empezaba a ponerse lindo.
Arte: Laura Makabresku
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