Un puñado de violetas mustias
obturaba mi laringe
cada vez que la súplica no,
el reproche no,
el grito no.
Pero cuando lo intentaba
(cuando intentaba pronunciar el dolor)
algo del perfume de las violetas
trascendía mi boca
envenenando el aire con su dulzura
Cada palabra no dicha
se convertía en el cadáver de una flor.
Triste milagro
guardar luto por el abecedario
y perfumar el silencio.
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