sábado, 4 de julio de 2020

LA CORONA



LA CORONA

“¿Por qué no te lo planchás?”, me preguntan,
invariablemente,
cada vez que me siento en el sillón de una peluquería.
“Los rulos son desprolijos,
no te dan buen aspecto,
no se usan,
no te favorecen.”
¿Por qué no ponés orden
en esa pequeña selva insurrecta,
en ese nido de pájaros confusos,
en esa casa donde cada puerta da vueltas sobre sí misma,
una y mil veces,
y las ventanas se abren a la noche?
Si fuera negra,
si fuera hermosamente negra,
como una pantera o un diamante en ciernes,
mi pelo contaría
-cantaría-
una historia de amor.
Sería un cofre para acopiar semillas,
un mapa para leer destino,
para volver en sueños
al refugio de los tambores y el verde.
Si fuera negra mi pelo gritaría África.
Pero no lo soy
e ignoro
la raíz de este desborde
que aterroriza a la belleza disciplinada.

“¿Por qué no te lo planchás?”, me preguntan,
invariablemente,
cuando cedo a la tentación de renunciar
a la justicia por tijera propia.
“Me gusta así”, digo.
Me gusta nido, selva, casa.
Me gusta tormenta en la almohada
del hombre que amo.
Me gusta imaginar que hubo una mujer,
muy atrás en el ovillo de la sangre,
que me eligió entre muchas para ungirme
con esta corona díscola,
esta corona de puertas y ventanas vivas,
tan yo, tan mía.

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