CUMPLEAÑOS
A mi madre la incomodan los
abrazos.
Nunca sabe muy bien qué hacer
cuando la asalta la ternura.
Ni qué decir.
Ni qué cara poner.
Durante mucho tiempo me pasó lo
mismo.
Cualquier abrazo que no tuviera tintes románticos
me hacía sentir desencajada,
inapropiada,
desprotegida.
Como si estuviera parada debajo de
la lluvia sin paraguas.
Como si estuviera desnudándome
y alguien me espiara por el ojo de
la cerradura.
De mi madre aprendí todo.
Aprendí los pequeños gestos de amor
que tantas veces pasan
desapercibidos.
Los pequeños milagros:
el poroto, el papel secante,
el algodón, el agua, la vida;
el abc para descifrar
lo que decían los carteles de la
ruta.
El manejar la cocina como si fuera
un minúsculo reino,
una suave tiranía
(durante años creí que no me
gustaban las lentejas
y, en realidad, no le gustaban a
ella).
Aprendí los miedos. Las
arbitrariedades.
Los puñales de miel.
Lo que decidí acoger en mí y lo que
tuve que desaprender
para ser más justa o más feliz.
(Desaprendí el terror a los
abrazos,
pueden abrir la puerta y verme
desnuda,
esta soy yo,
soy frágil, me quiebro,
los necesito).
Aprendí el perdón.
No se puede perdonar a nadie
(no nos podemos perdonar)
sin perdonar antes a nuestra madre.
Hoy mi madre cumple años.
No voy a poder abrazarla.
La celebro a la distancia.
A la distancia, brindo por su vida.
De mi madre aprendí, también,
a cuidar a la gente que quiero.
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