LA MUJER AVISPA
Susan Cabot nunca perteneció a la realeza de Hollywood.
Peregrinó de orfanato en orfanato,
como muchas.
Golpeó puertas y puertas,
como todas.
Pero no estaba llamada a ser una estrella.
Sus curvas y su sonrisa se acomodaron,
con desencanto,
en el cuarto de los trastos del cine:
las entrañables películas Clase B.
Susan sirvió bebidas en muchas cantinas del Lejano Oeste
y se enredó infinitas veces
con cowboys pendencieros.
Y cuando los insectos gigantes fueron la pesadilla
del sueño americano
se convirtió en la Mujer Avispa.
Arrebujadas en sus butacas
las cándidas adolescentes de los 50's
gritaban al verla aparecer en pantalla
con antenas de cotillón y el rostro desfigurado.
Los novios aprovechaban,
borrachos de pochoclo y Coca Cola,
para tocar alguna rodilla temblorosa.
Susan Cabot pasó sus últimos años delirando,
recluida en su casa,
soberana indiscutible en un reino de basura,
comida rancia y diarios viejos.
La mató su hijo golpeándola en la cabeza
con una barra de hierro.
Defensa propia, dijeron.
Susan había enloquecido y lo había atacado.
Homicidio involuntario.
Susan Cabot nunca perteneció a la realeza de Hollywood.
Casi nadie conoce su nombre,
ni recuerda a los cowboys pendencieros
entrando al Saloon donde la chica
servía licor y guiñaba un ojo con su escote.
Casi nadie le teme a los insectos gigantes.
Susan no estaba llamada a ser una estrella.
Apenas fue
otra buena chica judía
que golpeó las puertas equivocadas.
Arte: "Susan Cabot", Josh Pincus
De "Enaguas de encaje rotas", Editorial Ruinas Circulares (2019)
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