BÉLA LUGOSI VUELA
1956.
Los vampiros europeos,
sofisticados y aristócratas
pasaron de moda.
En un insignificante departamento cerca de Western Avenue,
Béla Lugosi vuela
coronado
por un espeso silencio de morfina.
Él,
jauría, esperma negro,
bitácora de sangre,
tiene la lluvia creciéndole en los labios,
la bijouterie de las sombras
hundiéndose en su cuello de cisne rumano.
Béla Lugosi vuela
con alas de alcantarilla y recuerdo,
y su mordida crece como la marea.
En su jardín
las rosas son ataúdes minúsculos
tapizados con terciopelo rojo
y los insectos crujen.
En sus sábanas
una canción postrada alza la voz
y hunde el corazón
en un charco de orina y lágrimas.
Béla Lugosi vuela.
En círculos.
Con las venas rotas.
Con la lengua apelmazada.
Con los ojos sucios.
Vuela y miente.
Dice que es eterno
pero la muerte lo devora dulcemente
como a una cena fría.
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