NEGRA
DE MIERDA
Negra de mierda, me
dice la señora rubia
de
bermuditas blancos y anteojos de sol
que
agita una banderita y viva a la Patria
convencida
de que la Patria es ella
y
nosotros,
los negros
de mierda
somos
apenas hongos que proliferaron
después
de una lluvia incómoda.
Negra de mierda que no
sabe,
no
entiende,
no
aprecia,
que
chapotea en el barro
y caga
en un balde,
que
pare como una coneja
para
que el Estado la mantenga
y
mantenga a sus hijos
(esos negritos de mierda con los mocos colgando
que en
un par de años seguro salen a robar,
aplauso
para el policía que los mate por la espalda,
aplauso,
medalla y beso).
Negra de mierda,
gorda,
puta,
feminazi,
que
Dios y la Patria te lo demanden
(la
Patria que soy yo
y el
Dios que es Dios pero no tiene nada que ver
con ese
Papa zurdo que nos avergüenza como argentinos).
Hace
veinte años, yo era una linda morocha.
Ahora
soy una negra de mierda.
En el
medio,
el lobo
abrió la puerta para que salieran a jugar
los
enanitos fascistas de los que nos previno la Fallaci
allá
por los ’70.
La
señora rubia alimenta al suyo
en la
mesa de Mirtha
cada
fin de semana.
Y lo
saca a pasear con orgullo
como si
se tratara de otro perrito de raza
(que no
caga en un balde,
caga en
la vereda,
pero es
de raza, che,
caga
con mucha más elegancia que el cocoliche con patas
que yo
adopté vía Facebook,
mi
adorable cabeza del conurbano,
mi precioso negro
de mierda).
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