viernes, 1 de noviembre de 2019

VERANO DEL ‘95



VERANO DEL ‘95


“I said maybe you're gonna be
The one who saves me.
And after all you're my wonderwall.”
“Wonderwall”, Oasis



Sentada en el patio

miraba con extrañeza el colosal desborde de mis tobillos,

el rastro perdido de mi cintura,

la levadura desafiante de mis pechos.

Habías crecido dentro de mí casi de prepo,

una semilla sembrada por el viento,

un almácigo de sol inesperado

y yo iba a romperme para pagar tu fiesta,

tu cabecita coronada por guirnaldas de sangre,

tu exigencia.

Tenía miedo.

Tenía miedo a no saber amarte

(yo, que nunca fui la mamá de mis muñecas,

y las desnudé, las rapé,

les abrí en canal los cuerpecitos de plástico

para saber qué tenían adentro,

qué secreto,

qué milagro,

que vacío).

Tenía miedo a no volver a ser hermosa

(yo, que nunca fui tan hermosa

como aquella tarde del vestido floreado

y el libro de Cortázar,

Avenida 9 de Julio y él

sorprendiéndome en mitad de “Carta de una señorita en París”;

tenerte iba a ser tan extraño como vomitar un conejito,

tan prodigioso,

tan terrible).



Sentada en el patio miraba a mis hermanos

jugar al mar en una piletita de lona

y pensaba que estaba a punto de saltar al otro lado,

dejar de preocupar y empezar a preocuparme,

descubrir la grieta entre las tablas,

el clavo, el gancho, las escaleras al sótano
,

todos los peligros del poema de Sharon Olds,

todas las tragedias del insomnio.

Me iba a romper, ay,

y tenía miedo.

Fue la última vez que sentí miedo por mí.



Dos días después,

te tuve entre mis brazos.

Conejito incomprensible que vomitó el amor.

No viniste a redimirme,

ni a santificarme,

ni a hacerme más bella o más feliz.

No viniste a salvarme.

Tampoco yo puedo salvarte

(hay grietas, hay clavos, hay escaleras).

Pero tus ojos verdes siguen siendo

esa maravilla.





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