VERANO DEL ‘95
“I said maybe
you're gonna be
The one who
saves me.
And after all
you're my wonderwall.”
“Wonderwall”, Oasis
Sentada en el patio
miraba con extrañeza el colosal desborde de mis tobillos,
el rastro perdido de mi cintura,
la levadura desafiante de mis pechos.
Habías crecido dentro de mí casi de prepo,
una semilla sembrada por el viento,
un almácigo de sol inesperado
y yo iba a romperme para pagar tu fiesta,
tu cabecita coronada por guirnaldas de sangre,
tu exigencia.
Tenía miedo.
Tenía miedo a no saber amarte
(yo, que nunca fui la mamá de mis muñecas,
y las desnudé, las rapé,
les abrí en canal los cuerpecitos de plástico
para saber qué tenían adentro,
qué secreto,
qué milagro,
que vacío).
Tenía miedo a no volver a ser hermosa
(yo, que nunca fui tan hermosa
como aquella tarde del vestido floreado
y el libro de Cortázar,
Avenida 9 de Julio y él
sorprendiéndome en mitad de “Carta de
una señorita en París”;
tenerte iba a ser tan extraño como vomitar un conejito,
tan prodigioso,
tan terrible).
Sentada en el patio miraba a mis hermanos
jugar al mar en una piletita de lona
y pensaba que estaba a punto de saltar al otro lado,
dejar de preocupar y empezar a preocuparme,
descubrir la grieta entre las
tablas,
el clavo, el gancho, las escaleras al sótano,
todos los peligros del poema de Sharon
Olds,
todas las tragedias del insomnio.
Me iba a romper, ay,
y tenía miedo.
Fue la última vez que sentí miedo por mí.
Dos días después,
te tuve entre mis brazos.
Conejito incomprensible que vomitó el
amor.
No viniste a redimirme,
ni a santificarme,
ni a hacerme más bella o más feliz.
No viniste a salvarme.
Tampoco yo puedo salvarte
(hay grietas, hay clavos, hay escaleras).
Pero tus ojos verdes siguen siendo
esa maravilla.
Arte: François Brochet
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