LA
HIJA DEL DOCTOR
A María Eugenia Romano
A María Eugenia Romano
Hizo
un bollito con mis poemas
y
lo tiró al tacho de basura,
junto
a la yerba usada
y
las colillas.
Hizo
un bollito con mis insignificantes tragedias
y
las dos nos mojamos
como
si fuéramos los ojos que pelan una cebolla,
como
si fuéramos esa cebolla
y
las palabras nos cortaran.
Me
dijo que nadie nos contó
cómo
venía la mano,
que
nadie nos enseñó,
que
nos criaron para la mesa de Navidad
con
champagne más o menos
de
la clase media,
que
nos educaron así,
cieguitas
más allá del ombligo,
quejándonos
porque hay que vacunar a los gatos
y
son muchos,
quejándonos
porque siempre hacemos el amor en una cama
(quejándonos
de una cama, ¿entendés?, de una cama,
como
si no fuera un privilegio
dormir
más de tres horas sin que te pateen el hígado y la mochila,
circulá,
movete, no empañes la vereda).
Hizo
un bollito con la familia,
con Papá
Oso, con Mamá Osa,
con
mi estúpida cara de Ricitos de Oro antediluviana,
con
mis gatos, mi cama,
mi
mermelada light,
mis
vestiditos floreados.
Me
dijo que los locos estaban solos,
que
confiaba en las arañas,
que
había que sangrar.
Me
dijo que la poesía era otra cosa.
Arte: "Girl smoking", Guido Mauas
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