jueves, 7 de noviembre de 2019

LA HIJA DEL DOCTOR


LA HIJA DEL DOCTOR
A María Eugenia Romano

Hizo un bollito con mis  poemas
y lo tiró al tacho de basura,
junto a la yerba usada
y las colillas.
Hizo un bollito con mis insignificantes tragedias
y las dos nos mojamos
como si fuéramos los ojos que pelan una cebolla,
como si fuéramos esa cebolla
y las palabras nos cortaran.

Me dijo que nadie nos contó
cómo venía la mano,
que nadie nos enseñó,
que nos criaron para la mesa de Navidad
con champagne más o menos
de la clase media,
que nos educaron así,
cieguitas más allá del ombligo,
quejándonos porque hay que vacunar a los gatos
y son muchos,
quejándonos porque siempre hacemos el amor en una cama
(quejándonos de una cama, ¿entendés?, de una cama,
como si no fuera un privilegio
dormir más de tres horas sin que te pateen el hígado y la mochila,
circulá, movete, no empañes la vereda).

Hizo un bollito con la familia,
con Papá Oso, con Mamá Osa,
con mi estúpida cara de Ricitos de Oro antediluviana,
con mis gatos, mi cama,
mi mermelada light,
mis vestiditos floreados.
Me dijo que los locos estaban solos,
que confiaba en las arañas,
que había que sangrar.

Me dijo que la poesía era otra cosa.


Arte: "Girl smoking", Guido Mauas

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