UN VIEJO MARICÓN
Ramón
Novarro fue,
en su juventud,
el álter
ego de Rodolfo Valentino.
Había lavado muchos platos
antes de convertirse
en un Ben
Hur latino y musculoso
en las playas de Nueva Jersey.
Había pasado muchas noches rezando,
(Dios
te salve, María)
antes de comprender
que el cuerpo no era un pecado.
En 1968
poco quedaba de su antigua gloria.
era, apenas,
Lo mataron a golpes
dos machitos feroces que justificaron la
sangre
vendiéndose como chicos inocentes
acosados por un pervertido.
La prensa publicó que Ramón
había muerto
con un consolador art decó de grafito,
autografiado por el divino Rudy,
incrustado en la garganta.
Eran tiempos de brujas y cacerías:
un
viejo maricón ameritaba
un final con escándalo.
Algo que les recordara a los lectores de la
“TV Guide”
y a los devoradores
de hamburguesas
que el que mal anda, mal acaba,
siempre.
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