viernes, 7 de diciembre de 2018

MARIPOSAS DEL DESIERTO


MARIPOSAS DEL DESIERTO



"¿Quién te creés que sos, Clark Gable?",

le preguntó ella,

risueña,

cuando él le propuso pasar la noche juntos.

Pero aceptó el convite,

e instaló a la sombra de su bigote de gentleman

su paraíso de piernas eternas.

Carole  guardó su melena rubia

amorosamente doblada

entre la pulcritud de las camisas

del hombre que deseaban todas.

Acomodó sus ojos azules en la proa del buque insignia

de los galanes de Hollywood.



Se casaron en Arizona,

sin lujos,

cuando el beso ya había afilado cientos de veces

los relámpagos que les comían la piel,

fáciles de roer los dos

como huesos de espuma,

y sus caras señalaban la luna inalcanzable de las amas de casa

en las portadas las revistas del corazón.

Dos claveles rojos en la solapa del novio

un ramo de lilas y rosas en las manos de la novia,

una noche en el Oatman Hotel,

y los curiosos cazando gemidos

como si fueran mariposas del desierto.



El 16 de enero de 1942

Carole Lombard,

la única rubia no supersticiosa de Hollywood,

se subió a un Douglas DC-3,

a pesar de que una vidente le había aconsejado

mantenerse alejada de los aviones.

La nave se estrelló en Table Rock Mountain,

dejando un bigote viudo,

un paraíso amputado,

un gentleman lloroso buscando una melena que ya no era

en el estante de las camisas.



Dieciocho años vivió Clark Gable sin Carole.

Dieciocho años volando a ras del suelo

y ella, tan alto.



Me gusta pensar que la alcanzó en la muerte

y la tomó de las alas, de las manos.



Me gusta creerle a los que dicen que en las noches de Arizona

florecen los gemidos en una habitación vacía del Oatman Hotel,

y los curiosos o los predestinados salen a cazarlos

como si fueran

las mariposas más esbeltas del desierto,

las únicas verdaderas.





 Arte: "Clark Gable and Carole Lombard", Zita Barbara Sanders


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