DEMASIADO GORDA PARA RUBIA
Demasiado gorda
para rubia,
le dijeron,
y Diana dejó
de comer para convertirse en la Marilyn británica,
el mayor mito
erótico de las islas después de Lady Godiva,
aunque mucho más
dispuesta que la condesa
a mostrar sus
generosos pechos
que siguieron
creciendo
como bollos de pan
más allá del
límite ridículo del escote
a pesar del ayuno
autoimpuesto.
Durante los años
en los que Diana no comió
fue la rubia
de muchas películas,
se compró un Roll
Royce
y se enamoró
de gánsters y estafadores.
Con hambre pero
sin pudor
le contó a
los tabloides
lo que hacía con
ellos en la cama:
de todo, menos
dormir,
de todo, menos
desayunar como Dios manda.
El arzobispo
de Canterbury se horrorizó con proezas sexuales
y previno a los
creyentes sobre sus pechos diabólicos,
aunque nada dijo
de su pobre estómago
estrujado como una
hoja de papel inútil.
Un día
Diana
Dors se
cansó de pretender ser Marilyn
(quien para ese
entonces ya había manoteado las pastillas y el teléfono
y había usado la
cama para algo tan imperdonable como morirse)
y volvió a comer.
Se convirtió en
una oruga rutilante
haciendo justicia
por mandíbula propia.
Masticó y masticó.
Fue devorando todo
lo que encontró a su paso
antes de que el
cáncer
(que no llegó a
ser la dieta definitiva)
la devorara a
ella.
La enterraron en
1984
con un vestido de lamé dorado
XXL.
Arte: Czar Catstick
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