AUTOPISTAS
“Estos fantasmas se habían sumido en una desesperación afligida durante una eternidad en la autopista, arrastrando las heridas por las que habían muerto y las locuras por las que habían asesinado. Habían soportado su levedad o insolencia, sus estupideces, las maquinaciones que habían trivializado sus sufrimientos. Querían decir la verdad.” – Clive Barker
Clive Barker me dijo una vez
que los muertos tenían autopistas.
Las caminan con desesperanza,
como si estuvieran
un poco vivos todavía.
Los muertos de las autopistas
cuentan historias,
pero nadie las oye.
Cada uno de ellos está enredado
en sus propias palabras.
Si miran a los costados están solos.
Los otros son nada.
En las autopistas los muertos dicen la verdad.
Dicen su grito, su llaga, su miseria.
Su humanidad. Su carencia.
Pero nosotros
adornamos sus nombres con guirnaldas
hasta que el recuerdo
se convierte en disfraz.
Y de ellos no queda
ni siquiera un mal gesto.
Yo imagino a mis muertos
en las autopistas.
Los veo pasar en la noche,
cuando las ovejas de mi insomnio
se convierten en caras que son casi.
Casi las que ellos tenían.
Veo pasar a mi padre.
Arrastrando los pies.
Va relatando la tristeza:
cinco años y los dedos deformados
del trabajo prematuro.
Veo pasar a mi amiga.
Su pelo rubio es una sombra.
Ella dice que sus pulmones se rompieron
porque algo la asfixió:
el jardín, la casa, el perro.
Veo pasar a mi amor.
Le faltan sus tijeras.
Me engañó algunas veces.
Yo también.
Pero no lo digo.
Porque estoy viva.
Veo pasar a mi hermano.
No sonríe.
Va cantando una canción que habla
de un caminito al costado del mundo.
Pero esta autopista no tiene banquinas.
No puede defenderse tomando atajos.
Por ahí deben andar mis abuelos.
Ni ella era tan pura, ni él era tan bueno.
Pero nosotros
les colgamos la virtud del cuello.
Ellos están en otra cosa.
Están contando sus verdades.
Están muertos.
No les importa matarnos.
El bueno de Clive podría haberme contado otra cosa.
“Estos fantasmas se habían sumido en una desesperación afligida durante una eternidad en la autopista, arrastrando las heridas por las que habían muerto y las locuras por las que habían asesinado. Habían soportado su levedad o insolencia, sus estupideces, las maquinaciones que habían trivializado sus sufrimientos. Querían decir la verdad.” – Clive Barker
Clive Barker me dijo una vez
que los muertos tenían autopistas.
Las caminan con desesperanza,
como si estuvieran
un poco vivos todavía.
Los muertos de las autopistas
cuentan historias,
pero nadie las oye.
Cada uno de ellos está enredado
en sus propias palabras.
Si miran a los costados están solos.
Los otros son nada.
En las autopistas los muertos dicen la verdad.
Dicen su grito, su llaga, su miseria.
Su humanidad. Su carencia.
Pero nosotros
adornamos sus nombres con guirnaldas
hasta que el recuerdo
se convierte en disfraz.
Y de ellos no queda
ni siquiera un mal gesto.
Yo imagino a mis muertos
en las autopistas.
Los veo pasar en la noche,
cuando las ovejas de mi insomnio
se convierten en caras que son casi.
Casi las que ellos tenían.
Veo pasar a mi padre.
Arrastrando los pies.
Va relatando la tristeza:
cinco años y los dedos deformados
del trabajo prematuro.
Veo pasar a mi amiga.
Su pelo rubio es una sombra.
Ella dice que sus pulmones se rompieron
porque algo la asfixió:
el jardín, la casa, el perro.
Veo pasar a mi amor.
Le faltan sus tijeras.
Me engañó algunas veces.
Yo también.
Pero no lo digo.
Porque estoy viva.
Veo pasar a mi hermano.
No sonríe.
Va cantando una canción que habla
de un caminito al costado del mundo.
Pero esta autopista no tiene banquinas.
No puede defenderse tomando atajos.
Por ahí deben andar mis abuelos.
Ni ella era tan pura, ni él era tan bueno.
Pero nosotros
les colgamos la virtud del cuello.
Ellos están en otra cosa.
Están contando sus verdades.
Están muertos.
No les importa matarnos.
El bueno de Clive podría haberme contado otra cosa.
Arte: Marilyn Manson
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