SONIA
Andaba
por los 1diecisiete
y
era la prima de las vecinas rusas.
Yo
tendría cinco o seis años
y
estaba fascinada con su pelo largo y rubio,
sus
ojos azules,
su
olor a jardín de invierno,
a
moneda de nieve.
Parecía
estar hecha para el silencio
pero
cantaba
y
su voz era redonda y profunda
como
las notas de un pájaro,
como
el llamado de una campana nupcial.
Cantaba
y
le daba cuerda a una caja de música que conservo intacta
en
mi memoria de infancia:
un
molino que giraba sus aspas iluminadas
al
compás del “Vals de las flores”,
Tchaikovsky para soñar los sueños de los cinco años,
el privilegio de ser amiga
de la prima de las rusas.
Andaba por los diecisiete
y era tan hermosa
que yo me mordía las lágrimas cuando era ella
la que me desenredaba los rulos
y hundía mi nariz mora en su pelo rubio cada vez que podía:
jardín de invierno, sí,
moneda de nieve,
Snegúrochka.
Sonia, la rusita.
La perdí en alguna mudanza.
Años después supe que se suicidó a los veinte,
con el vestido roto
y el aliento borracho del padre
empotrado en la nuca.
Arte: Adriana Domínguez
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