MI
MALDITO PERRO, TUS MALDITOS PECES
El
perro destruyó el estanque del jardín.
Mi
perro.
Qué
tema tan ridículo para escribir un poema.
Casi
tan ridículo como decir “poesía eres tú”
a los 48.
Poesía
eras tú hace 200 años,
cuando no
te conocía.
O hace
100 cuando cada utensilio de cocina
ocupaba
amorosamente su lugar
(“Yo Tarzán, tú Jane”)
y no
pensaba en estrangularme con un repasador,
cortarme
las venas con un cucharón,
envenenarme
con un programa de bricolaje
de ésos
que pasan en los canales de cable.
Mi
perro destruyó el estanque del jardín.
En el
estanque, casi seco,
tus peces
de colores boquean tu desesperación,
jadean
tu enojo.
Tus
peces se ahogan
(y mi perro mueve la cola,
feliz
en su sencilla
ignorancia).
Me
sorprende que te angustie tanto
ver como
tus peces se ahogan
(yo me
ahogo hace años, querido,
boqueo torpes poemas,
jadeo pretenciosas
metáforas,
¿cómo
decir que estoy harta sin decirlo del todo?,
la
poesía es un escondrijo y un altavoz,
no puede ser que no me encuentres,
no puede ser que no me escuches).
El
perro
(mi perro)
sigue moviendo
la cola,
ajeno
al desastre que provocó
(empezamos
con el estanque y terminamos
con mi
inutilidad para todo lo que no sea
ordenar
el caos con palabras,
ni
siquiera sos capaz de hacer una cama,
si
te aguanto a vos soy capaz de hacer cualquier cosa).
Los
peces
(tus
peces)
están casi
a salvo en un tacho de pintura de 20 litros
que da
vueltas por el patio desde hace siglos
y hasta
hoy sólo sirvió
para
acumular agua de lluvia y larvas de mosquito.
Casi a
salvo, digo,
porque la
gata del vecino los está rondando.
Sería
un exquisito caso de justicia poética que se los comiera.
Arte: "Gold", Jane Long
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