martes, 29 de marzo de 2016

MI MALDITO PERRO, TUS MALDITOS PECES


MI MALDITO PERRO, TUS MALDITOS PECES


El perro destruyó el estanque del jardín.

Mi perro.

Qué tema tan ridículo para escribir un poema.

Casi tan ridículo como decir “poesía eres tú” a los 48.

Poesía eras tú hace 200 años,

cuando no te conocía.

O hace 100 cuando cada utensilio de cocina

ocupaba amorosamente su lugar

(“Yo Tarzán, tú Jane”)

y no pensaba en estrangularme con un repasador,

cortarme las venas con un cucharón,

envenenarme con un programa de bricolaje

de ésos que pasan en los canales de cable.



Mi perro destruyó el estanque del jardín.

En el estanque, casi seco,

tus peces de colores boquean tu desesperación,

jadean tu enojo.

Tus peces se ahogan

(y mi perro mueve la cola,

feliz

en su sencilla ignorancia).

Me sorprende que te angustie tanto

ver como tus peces se ahogan

(yo me ahogo hace años, querido,

boqueo  torpes poemas,

jadeo pretenciosas metáforas,

¿cómo decir que estoy harta sin decirlo del todo?,

la poesía es un escondrijo y un altavoz,

no  puede ser que no me encuentres,

no  puede ser que no me escuches).



El perro

(mi perro)

sigue moviendo la cola,

ajeno al desastre que provocó

(empezamos con el estanque y terminamos

con mi inutilidad para todo lo que no sea

ordenar el caos con palabras,

ni siquiera sos capaz de hacer una cama,

si te aguanto a vos soy capaz de hacer cualquier cosa).



Los peces

(tus peces)

están casi a salvo en un tacho de pintura de 20 litros

que da vueltas por el patio desde hace siglos

y hasta hoy sólo sirvió

para acumular agua de lluvia y larvas de mosquito.

Casi a salvo, digo,

porque la gata del vecino los está rondando.




Sería un exquisito caso de justicia poética que se los comiera.




Arte: "Gold", Jane Long


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