PRESENTACIÓN "INTERRUMPIDAS" EN LA FACULTAD DE DERECHO DE TUCUMÁN POR SERGIO LIZÁRRAGA
“En ciertos estados de alma casi sobrenaturales, la profundidad de la vida
se revela por entero en el espectáculo, por corriente que sea, que uno tiene
bajo los ojos”. Charles Baudelaire.
Raquel Graciela Fernández nació en Avellaneda, donde reside. Recibió
más de 70 primeros premios nacionales por su actividad poética, otorgados por
prestigiosas instituciones, a estos logros se le suman otros obtenidos en
España (reconocida en la Feria del Libro de Guadalajara), en EEUU ( Gran Premio
Publicacines Entre Líneas, Miami) y en Italia (Primer Premio Concurso
Internacional Rayuela Edizioni). En Tucumán recibió un galardón por parte de la
Società Dante Alighieri de Tafí Viejo y mereció recientemente, el Premio
Nacional Adolfo Bioy Casares.
Ha publicado 9 poemarios, profundamente conmovedores, con poemas que
se meten fácilmente en el corazón, y de tanto en tanto, como dice Rafaela
Pinto, vuelven a la memoria y se repiten, como si fueran un mantra.
La literatura es un arma que hemos encontrado desde el principio de
los tiempos históricos para defendernos contra un mundo que nunca será lo
suficientemente capaz de realizar todas nuestras expectativas y anhelos, ha
sido también uno de los grandes instrumentos del progreso humano, porque
gracias a ella, vivimos de una manera distinta a aquella que nos han impuesto
en la existencia. La literatura, no sólo representa el placer sino también
al dolor, es decir, el dolor de que los buenos libros siempre son los que de
alguna manera duelen, los que me enseñan que el mundo no siempre es feliz, que
existe el infortunio, el sufrimiento en el cual cada uno está inmerso.
Los libros de Raquel Fernández son una obra de arte, y como con toda obra
de arte, podemos pasar delante y juzgarla de un solo vistazo, o podemos
elegir pasar tiempo delante de ésta en una actitud de respeto y
contemplación, pidiendo la gracia de entrar en comunión con el artista. Entonces,
incluso si nuestra inteligencia no entiende todo, nuestro juicio sobre
ésta será diferente.
Con el sufrimiento
sucede a menudo lo mismo, pues está fuera de nuestro entendimiento. Es por
eso que la poeta nos propone pasar por sus libros y no permanecer, estar de
pie delante del dolor que muestra, tratando de escuchar más que hablar, tratando
de aprender y no enseñar, ofreciendo una pregunta más que una explicación,
nos propone sentir, temblar, contemplar la desnudez de sus versos, desnudos en
el dolor. Hay libros que duelen, pero que agradecemos leer pese al dolor que
nos provocan. Hay libros que nos acercan a
realidades que nunca hubiéramos podido imaginar y que apuntalan en nosotros
determinadas posiciones.
“Revelaciones”,
“Ojos que miran al cielo”, “La antigua enfermedad del otoño”, “Todos los
hombres que me amaron”, “Cierta condición nocturna”, “Como nosotros”,
“Once Upon a Time” y “Hermano” son los títulos de la autora, de los
cuales “Hermano” (El Mensú ediciones, 2011) es uno de esos libros que duelen.
En él, el duelo es la cruz que tomará el rostro de una persona, el hermano que
ya no está. La despedida es difícil, el ritual consistirá en tejer palabras
para que la poesía sea un camino de sanación, para que el lenguaje ponga
nombres al dolor, un lenguaje que ayuda a conocerlo, a decirlo y así Raquel nos
marca un camino para acompañarla en su propia peregrinación de ausencias. Y es
entonces cuando la comunión con lo que siente es posible, al igual que la
compasión.
“Yo
también soy feroz cuando me duele”,
“El
que quiera matarme que me quite la palabra”,
“Esto
es la vida.
Una
nadería, un plato de viento.
Ahora
todos los platos están rotos.
Hay
que afilar el grito,
hay
que llenarse de polvo la faringe
y
ahogarse con un gato de niebla en la garganta.”
Estos versos, del libro “Hermano” son ejemplo de lo expuesto. La
poesía como instrumento de llanto y de consolación, como herramienta de
sanación, porque la palabra tuvo y tiene el poder inmenso de crear, de expresar
nuestros actos y vicisitudes, nuestras formas de amar y de odiar, en su
combinación, el lenguaje, dice Borges, es azar misterioso, como lo es también
escribir un poema, que en última instancia, dice el escritor, es ensayar una
magia menor.
Raquel escribe desde la región del dolor, habitado y atravesado por
este sentimiento tan noble y tan terrible a la vez; propio de los
hombres, viene con nuestra naturaleza del pecado, nos puebla sin previo aviso y
nos extrae lo mejor y lo peor de nosotros. Pero para pasar del dolor al arte,
hay un camino muy complejo, donde el dolor aun se agudiza, se vuelve
continuamente hacia él, fermenta en los tuétanos del alma y, a veces, como en
un volcán, erupciona quemando todo lo que está a su paso, incendiando todos los
otros sentimientos, oscureciendo la vida.
En “Interrumpidas” regresamos a la misma región, en este
libro la lava se hace rostro, el dolor toma nombres, nombres que nos duelen:
Oriel, Cecilia, Alicia, Jimena, Nair, María Soledad, Carolina, Natalia, Natalia
II, Marita, María Marta, Lucila, Natalia III, Marela, Fernanda, Florencia,
Paulina, Nora, Rosana, Sofía, Soledad, Wanda, María, Candela, Ángeles, Juana,
Priscila, Yanela, Melina, Lola, Chiara.
Según Ernest Hemingway no existe regla de cómo escribir. A veces sale
perfecta y fácilmente, a veces es como excavar en la roca y hacerla explotar
con explosivos.
Cuando Raquel escribió cada poema de “Interrumpidas” debió dinamitar
cada palabra, porque el dolor muchas veces nos supera a tal punto que ya no
podemos nombrarlo, no podemos cortarlo en sílabas, ni siquiera pronunciarlo.
Seguramente cada palabra pesó no como una roca, sino como esas
montañas que nunca vienen a nosotros y sabemos que siempre permanecerán lejos,
lo suficientemente lejos como para dejarnos en tajos en el largo camino
que nos dirige a ellas.
En “Interrumpidas” nuestras bocas quedan abiertas, esperando que se
calme la sed a la que nos condena la injusticia.
“Ahora que sus jugos han sido consumidos,
Que se agotó la paciencia de su carne,
Que sus martirios iniciaron el camino
Donde acecha
La pequeña ferocidad de los escarabajos,
Solo nos queda su nombre.
Su nombre.
Y lo repetimos con celo de oración,
Con obstinada precisión de recuerdo”
Según Santiago Kovadlof, la palabra intimidad remite a esa región
espiritual y a ese modo de contacto en los que damos a conocer, no exactamente
lo que pensamos sino, más honda y ampliamente, lo que somos. San Agustín,
el gran descubridor de la intimidad, la define por la característica de
dialogar y entrar uno en uno mismo; homologándola al alma y a lo espiritual.
En esa región de intimidad, el escritor encuentra nuevos caminos para
dar a cada palabra un significado, para hacerse la palabra misma, porque al
poeta, al escritor, le importa el ser. Conocer para ser y
escribir para conocer y ser, agregando las esencias de lo que canta, y vivir la
felicidad de ese encuentro. Lo asentaba Keats y lo repitió Cortázar: el sujeto
poético se entrega a aquello que contempla. Es flor, pájaro, viento, agua del
mar, aunque no siempre, esa entrega a la contemplación sensitiva, aporte una
total entrega y reconocimiento al Ser como origen y presencia en todas las
cosas. El poeta español Juan Larrea, que vivió un cuarto de siglo en la ciudad
argentina de Córdoba, donde murió, valoraba sólo aquella parte de su obra en
que había asomado una conciencia cósmica, que plenificaba su palabra.
Leer “Interrumpidas” es una experiencia de intimidad, es una prueba
de que el tránsito del dolor al sufrimiento es todavía imaginable; es decir:
termina por establecer una sutil escansión de pensamientos, emociones y
sentimientos que opera como condición de posibilidad de dicho tránsito a través
de la articulación discursiva de hondos alcances estéticos, tránsito que define
una interioridad que se manifiesta en notable madurez poética, y que convierten
a Raquel Graciela Fernández en una de las voces más exquisitas de nuestra
poesía.
Para Rafaela Pinto el libro es un sentido tributo a las treinta
mujeres víctimas de violencia, a cada una de las cuales dedica un poema,
mujeres de diferentes edades interrumpidas en diferentes circunstancias.
Asimismo es una ofrenda a los familiares de las víctimas, porque Raquel las ha
puesto en versos y en esos versos ellas viven y se constituyen en voces que las
eternizan, que las vuelven vigentes para ser retratos poéticos que también
gritan, porque al decir de Jorge Edwards, mientras haya escritura hay vida.
“Soy carne, soy espíritu, soy hembra.
Soy nombre y memoria de rocío.
Soy hija. Soy madre.
Nunca fui un bien de cambio.
Sin embargo
Me compran y me venden cada día.
Yo no me lloro en mis funerales:
Me lloro en la ausencia”.
Al igual que Borges, todos tenemos una mujer que nos duele. A Raquel
le duelen 30 que podrían ser 100, lamentablemente, muchas más.
Me permito decir que a mí también me duelen, mi madre Nora, mi
hermana Luisa, mi prima Jorgelina y recientemente, mi amiga Lilia,
Interrumpidas también por el cáncer de mama o de cuello uterino, que también es
violento, que también nos arrebata a las mujeres que se aman.
Para terminar hago míos los versos de Claudio Simiz:
“No, no hacia dónde vamos,
Ni de dónde venimos,
Ni cuándo será el día.
No.
Una sola pregunta de hierro
Llaga al hombre que discurre el agua:
¿Ella seguirá esperándome?
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