VERANO
GO HOME
El verano me agobia.
Transpiro tres meses
a un marido que no quiere que vaya en shorts al supermercado
y piensa que las señoras
deberíamos reptar
y no tener piernas
(aunque mis piernas sean cortas como las de una gran
mentira,
la gran mentira que
soy,
la gran mentira que es enero,
con sus reyes y sus magos
y sus desabridos camellos,
sus promesas incumplidas de Beach Boys
y Kokomo
y Tom Cruise preparándome tragos
hasta hacerme caer borracha en sus brazos,
y no, no te cuento como sigue la película,
imaginate).
El verano me agota.
Es un insufrible muestrario de plagas:
dengue,
zika, chikungunya,
damitas en bikini con tetas de plástico y anteojos Chanel
montados en sus naricitas perfectas
(anteojos que yo no me puedo comprar,
y mirá la nariz que tengo,
y nena,
sacate esos anteojos,
si
resucita Coco se vuelve a morir bien muerta,
qué se
yo,
ponete
unos Versace,
son más
cocoliche y más tetas de plástico,
más
móviles desde Mar del Plata
donde
un montón de señoras gordas aplauden a una señorita flaca
para
salir en la tele nomás,
qué
carajo le pasa a esta gente).
El verano me provoca dolor de cabeza,
náuseas, convulsiones,
cubre todo con una pátina de estupidez factor 30,
pretende hacerme creer que la vida es bella,
que el disco de Edith Piaf que sonaba ayer en aquel bar
fue un fatal error:
andá a sufrir a París
con aguacero
y morite si querés,
pero acá no,
el verano no se mancha,
acá hay que mover el
bum bum bum
(pero,
nena, no seas ingenua,
no te creas
que la joda es eterna,
yo
también tenía un culo incendiario y mirame ahora,
no te
creas que el Frizzé hace la felicidad,
ni que enero te va a salvar
de la
mordida feroz del hastío
y de las madrugadas sin corazón).
El verano me insulta, me acosa,
me miente con descaro:
me dice que es posible lo que no,
que aunque no lo
veamos el sol siempre está,
y el mar,
y la posibilidad de enamorarnos aunque estemos pisando los
cincuenta,
que no importa que mi hijo se vaya solo a Europa
y yo me quede preguntando cómo fue que pasó tanto tiempo,
si hasta ayer le cambiaba los pañales,
le hacía los deberes,
le decía que no tomara nada
a menos de que le abrieran la botella en las narices
(y cuándo fue que empecé a decir las mismas pavadas que mi mamá,
el primero
te lo regalan y el segundo te lo venden,
ah, no, esos eran Los
Twist,
pero podría haber sido mi
vieja,
y ahora me doy cuenta porqué odio al verano,
porque me hace extrañar tantas cosas,
Los
Twist, sí,
y Raquel Mancini en la tapa de la revista "Gente",
y Mark Wahlberg vendiendo calzoncillos Calvin Klein,
y el
bikini a lunares amarillo diminuto justo justo que ya
no me entra
ni en
el dedo gordo del pie).
El verano me deprime.
Hace años que me deprime.
Y hoy pronostican otra vez
30 grados.
30 horribles y pegajosos grados y verano para rato.
Con lo que eso duele.
Ay, con
lo que eso duele.
Arte: Mara Sicca