NEVERLAND
Había una vez un lugar.
Una tierra que vestía medias sin
elásticos,
lápices sin punta,
tazas de leche denostadas
en nombre del buen gusto
(la leche volcada impunemente
delante de los ojos miopes de la abuela).
Allí, húmeda como un lirio
que se agita en el río,
deletreaba la magia su canto de sirena
Había colas verdes,
simples como un anillo,
y melenas rubias, infinitamente vulgares,
como las de las enamoradas de todos los
poemas
-los malos poemas-.
También la noche tenía
una melena larga y desordenada,
y cantaba,
con un presunto sol arrinconando
sus párpados rotundos.
Había salvajes bucaneros,
y era bello abrazarse a sus aros redondos,
sus loros malintencionados
y sus pañuelos cruzados de lunares,
mientras caían las hojas
en otros países donde, irremediablemente,
se instalaba el otoño.
Los piratas tenían buen olor:
olor a ron, a tabaco, a maldad de mentira
-en el fondo eran buenos,
en el fondo
se parecían al abuelo que llegaba
con los bolsillos llenos de caramelos-.
Había indios, también, y otros niñitos
que renegaban de los almanaques.
Yo no quería rouge
ni zapatos de tacos altos,
y no quería sopa.
Y no quería muertes acopiadas
sobre una memoria que estaba de estreno.
Yo quería volar
el cielo de los cerezos.
Visité ese lugar miles de veces:
mis papeles estaban en orden
y nadie podía negarme la entrada.
Y el niño,
el más niño de todos,
se hamacaba en mi risa huérfana de dientes.
Pero un mal día, no me dejaron entrar.
Mi cuerpo fue tomando
el rumbo del polen y las redes,
y desordenó mis papeles.
Mi cuerpo me traicionó,
y esa fue la primera
de sus muchas traiciones.
Había una vez un lugar.
Y había una vez un cocodrilo,
con un reloj verdugo
escondido en el vientre,
que casi siempre me pisaba los talones.
Y un día me alcanzó,
sin que yo me diera cuenta,
y me obligó a calzarme unos zapatos
incómodos
a sacarle punta a mis lápices,
y a usar unas medias que me avergüenzan,
la mayoría de las veces,
aunque no tengan agujeros.
NEVERLAND
C’era una volta un luogo.
Una terra che indossava calze senza
elastici,
matite senza punta,
tazze di latte ingiuriate
in nome del buon gusto
(il latte rovesciato impunemente
davanti agli occhi miopi della nonna).
Lì, umida come un giglio
che si agita nel fiume,
la magia scandiva il suo canto di sirena.
C’erano code verdi,
semplici come un anello,
e chiome bionde, infinitamente volgari,
come quelle delle innamorate di tutte le
poesie
– le brutte poesie –.
Anche la notte aveva
una zazzera lunga e ingarbugliata,
e cantava,
con un sole presunto che metteva alle
strette
le sue palpebre decise.
C’erano dei selvaggi bucanieri,
ed era bello abbracciarsi ai loro
orecchini tondi,
ai loro pappagalli malintenzionati
e ai loro fazzoletti a pois,
mentre cadevano le foglie
in altri paesi, dove, irrimediabilmente,
s’insediava l’autunno.
I pirati avevano un buon odore:
odore di rhum, di tabacco, di finta
cattiveria
– in fondo erano buoni,
in fondo
somigliavano al nonno che arrivava
con le tasche piene di caramelle –.
C’erano anche degli indiani, e altri
bambini
che rinnegavano i calendari.
Io non volevo il rossetto
né le scarpe coi tacchi,
e non volevo la minestra.
E non volevo morti ammucchiate
in una memoria nuova di zecca.
Io volevo volare
nel cielo dei ciliegi.
Visitai quel posto migliaia di volte:
le mie carte erano in ordine
e nessuno poteva negarmi l’ingresso.
E il bimbo,
il più bambino di tutti,
si dondolava nel mio sorriso orfano di
denti.
Ma un certo giorno non mi lasciarono
entrare.
Il mio corpo cominciò a prendere
la strada del polline e le reti,
e scompigliò le mie carte.
Il mio corpo mi tradì,
e quello fu il primo
dei suoi innumerevoli tradimenti.
C’era una volta un luogo.
E c’era una volta un coccodrillo,
con un orologio aguzzino
nascosto nel ventre,
che quasi sempre mi fiatava sul collo.
E un giorno mi raggiunse,
senza che nemmeno me ne accorgessi,
e mi costrinse a infilarmi delle scarpe
scomode
a fare la punta alle mie matite,
a
indossare delle calze di cui mi vergogno,
la maggior parte delle volte,
anche se non sono bucate.
Traducción: Milton Fernández
Arte: Mikhail Baryshnikov, Gisele Bündchen, Tina Fey y Russell Brand como Peter Pan, Wendy, Tinker Bell y Captain Hook en "Peter Pan", Annie Leibovitz
Del poemario "Once Upon A Time", Rayuela Edizioni (2014)
1º Premio Poesía “Concurso internacional Rayuela Edizioni, Festival della Letteratura di Milano”, Rayuela Edizioni, Milán, Italia (2014)