CARTA DE
INVIERNO
Querido: agosto transita su medianía
y los árboles frutales ya han florecido.
Bastaría una helada para deshacer
sus faldas de colores
y hundirlos en la desnudez impúdica
que festeja el invierno.
Nadie me preguntó jamás
por el sexo de los árboles:
debajo de sus enaguas pudorosas
una vagina de madera espera
el embate brutal de la primavera.
Querido: hibernar se me ha hecho
costumbre,
suelo refugiarme debajo de las pieles
blancas
de los osos que caminan el Ártico,
debajo de la sopa tibia
-la sopa tibia me da arcadas,
pero es un buen amparo
para unas piernas cerradas
y unos labios apretados como una
bellota-.
Que nadie me hable de una boca lasciva,
con bordes de terciopelo húmedo.
Hiberno: no como
ni dejo que nadie coma de mi cuerpo
ni beba del vicio de mis caldos.
Duermo, estrujando la vigilia de la
nieve.
Querido: los perros se estriegan en los
gajos
feroces de la lluvia.
La lluvia no tiene tiempo para mí,
pero me duelen los gemidos de los perros.
Sólo estoy mojada debajo de mi lengua
y las palabras se ahogan en un río de
saliva
que nunca tendrá destino de beso.
Agosto se parece a una caja china:
es hueco, pero tiene su música,
aunque las uñas de sus pies sean garras
y los pájaros se desmayen en un silencio
insólito.
Querido: tengo gripe.
Mañana ni siquiera recordaré tu nombre.
A veces el esplendor se nutre de las pequeñas
idioteces
que escribimos las mujeres
que todavía escribimos cartas.
Y el sol se traga las volutas de humo
de los papeles que una mano grosera
incinera sin culpa
cuando el té de las cinco
se celebra en setiembre.
Arte: Shannon Bonatakis
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