jueves, 10 de enero de 2013

ÉL


ÉL



Él pasó entre mis piernas. 

Él descorrió las ajadas cortinas de mi corazón 

y recogió 

con su boca de arena 

mis islas cautelosas y las piedras de mis costados. 

Apadrinó mi ternura, 

cayó 

como una moneda gozosa 

en la húmeda ranura de mi cuerpo. 



Él desangró los soles, 

desvalijó todos los juramentos. 

Él me empujó fuera 

del nido anterior, del nido antiguo, 

estranguló mis voces 

con las hebras de una golondrina  hecha  espera. 



No quiero morir sin explicar 

este rojo escozor, 

este camino extraviado 

en el  narcótico olor de una amapola. 



Él fue la droga fumada en silencio 

al costado del abismo, 

la niebla verde que enturbió mi ojo 

hasta deshacerlo en llanto. 



Un hocico de sombra 

se deslizó como un presagio helado 

por mi espinazo 

cuando él dobló mi rostro prolijamente 

y lo ocultó como un pecado breve 

debajo de la lengua de los campanarios. 



Él ofreció mi cabeza

a un golpe de viento. 

Él dibujó una cruz de saliva 

en el círculo perfecto de mi ombligo. 

Agravió la alfombra de mi cuerpo 

extendida a sus pies. 

Él fue el aliento delirante, 

la canción inconclusa, 

la mano que desató la hoguera. 



No quiero morir sin explicar 

esta rojo terror, 

este dolor de evocarlo 

rodeado de mis poemas, 

de estas pequeñas bestias cenicientas 

que le lamen las manos. 

Rodeado de mis palabras. 


Sin mí.






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