Nunca me pregunté por qué Lucy
estaba en el Cielo.
Nunca me pregunté si estaba viva
o muerta
o estrictamente dormida.
Nunca me pregunté si era calva,
si la agonía había llegado pelo por pelo
mientras los zapatos blancos susurraban
y barrían la llaga
debajo de los muebles.
Nunca me pregunté si estaba rota,
si la torpeza había llegado vena por vena
mientras todos los zapatos la excluían
y nadie barría nada porque había llaga
pero no había escoba
ni había muebles.
Lucy era un sueño
sujeto a metamorfosis:
ahora, el sol,
ahora, una constelación de objetos
dulcemente inútiles,
ahora, la niñita que cree seis cosas
increíbles
antes del desayuno.
Ahora, su cuerpo de caleidoscopio
tomando decisiones vertiginosas,
sus amantes, embutidos en trajes de
papel,
multiplicándose.
Ahora, la garganta centelleada de
flamencos,
los muslos fosforescentes,
la cabeza en las nubes.
Una puerta abierta entre las piernas.
Y los diamantes.
Los diamantes.
Siempre creí que Lucy era yo.
Pero yo no sé ni tejer
ni remar.
Y los espejos
suelen darme la espalda.
Lo maravilloso es fácil.
Lo difícil es todo lo demás.
Arte: Duy Huynh
Como todo lo tuyo, Raquel. Se mueven muchas cosas adentro cuando se te lee. Felicitarte nada más no me sirve. Abrazo sí.
ResponderBorrarAbrazo, Rafaela querida!
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