ANA Y EL
VOLCÁN
Para Ana, que tiene la suerte de abrir su ventana y ver al Popocatepetl
Ella abre su ventana
y allí está,
la gran montaña que humea,
el misterio donde se cuecen fuegos
cuando el pulso del crepúsculo se acelera
y el cielo luce
su vestido de gasa rosa.
La muchacha está en la ventana
y es parte del paisaje.
¿Cómo imaginar el volcán
sin imaginarla a ella,
abriendo esa ventana con sus manos morenas,
quitándose los ojos asombrados
-con un asombro renovado cada día-
para arrojarlos a los pies del gigante?
Sus ojos inquietos,
esos que, algunas veces,
bracean en un mar de lágrimas.
Ella está en la ventana,
y es parte de la vida.
La muchacha que ríe y que se duele,
que ama y que desama,
que se tiende al sol con vocación
de lagarto de plata.
La muchacha que también cuece en su sangre
fuegos inesperados.
La que sueña con un amor rimado
y un suspiro de alivio.
Ella abre su ventana,
y allí está,
la gran montaña que humea.
Yo abro el abanico de mis versos
y los encuentro a los dos,
a Ana y al volcán,
imposible imaginarlos el uno sin el otro,
imposible separarlos en este juego absurdo
que algunas veces llamamos poesía.
Para Ana, que tiene la suerte de abrir su ventana y ver al Popocatepetl
Ella abre su ventana
y allí está,
la gran montaña que humea,
el misterio donde se cuecen fuegos
cuando el pulso del crepúsculo se acelera
y el cielo luce
su vestido de gasa rosa.
La muchacha está en la ventana
y es parte del paisaje.
¿Cómo imaginar el volcán
sin imaginarla a ella,
abriendo esa ventana con sus manos morenas,
quitándose los ojos asombrados
-con un asombro renovado cada día-
para arrojarlos a los pies del gigante?
Sus ojos inquietos,
esos que, algunas veces,
bracean en un mar de lágrimas.
Ella está en la ventana,
y es parte de la vida.
La muchacha que ríe y que se duele,
que ama y que desama,
que se tiende al sol con vocación
de lagarto de plata.
La muchacha que también cuece en su sangre
fuegos inesperados.
La que sueña con un amor rimado
y un suspiro de alivio.
Ella abre su ventana,
y allí está,
la gran montaña que humea.
Yo abro el abanico de mis versos
y los encuentro a los dos,
a Ana y al volcán,
imposible imaginarlos el uno sin el otro,
imposible separarlos en este juego absurdo
que algunas veces llamamos poesía.
Arte: "Volcano", Ewelina Ozóg
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