viernes, 18 de noviembre de 2011

CANCIÓN DE LA AMANTE DESASIDA


CANCIÓN DE LA AMANTE DESASIDA
 
"No es el amor, tal vez. ¿Y si lo fuera?"
Julia Prilutzky Farny


 
I
   
La noche se atrinchera

en el delta procaz donde los ángeles

confinaron el celo.

Algún espasmo lúcido desarma

su figura rotunda,

geométrica y perfecta,

y se arrima a tus labios

donde muere

con una muerte dulce y no definitiva.

Y se vierte en tus labios

donde nace

como un presagio claro de lo eterno.

Te envuelvo en mis temblores para darte

la corona de espinas

que te erige

como amo transitorio de mi cuerpo.

Tu solícita lengua,

con su rumor de insecto laborioso,

desentraña el secreto:

no hace falta una espada

para abrirse

camino entre las flores.

No hace falta una flor,

sólo un latido,

rosado, pavoroso,

para parirme inmemorial en tu garganta,

martillarme en tu boca,

clavarme fiel como el olor del viento

en el ardor de tus fosas nasales.

Y resistir, caliente, en un perfume,

en un olor de hembra alucinada,

los embates del tiempo.




II
 
Cada siembra postrema
 
de tu cuerpo en mi vientre
 
desamarra
 
las jarcias del dolor
 
y desata los nudos de carne que frenaron
 
la expedición sensual de mis caderas.
 
La libertad llegó junto a ese trueno
 
que retumba
 
feroz
 
entre tus piernas.
 
Escondo arañas en todos los rincones
 
de mi cuarto en penumbras:
 
quiero testigos de las cruces rotas,
 
del aullido, del grito,
 
de la risa perdida y reencontrada,
 
del alivio del luto.
 
Escondo lluvia en todas mis palabras
 
para lavar aquello que me quema
 
y quedarme en tu abrazo
 
si es tu puerto
 
la escala que soñé definitiva.
 
Y partir sin sangrar
 
si en otra orilla
 
hay un hombre que espera.


 III
 
  No exijo palabras ni promesas,
 
no necesito ser la flor perenne
 
en el jardín de tus cavilaciones.
 
Prefiero ser la lila deshojándose
 
en el vértigo puro del deseo
 
y quedarme, desnuda, entre tus manos,
 
sin simulacros de absurdas primaveras.
 
Lo que tengo me basta:
 
un cuerpo que socava mis cimientos,
 
una caricia rota entre mis muslos,
 
el abandono voluntario de mis máscaras,
 
el semen que enamora,
 
aunque el amor me dure poco y nada,
 
y el azar lamiéndome despacio
 
la piernas infinitas,
 
el gesto de placer crispado,
 
las manos que no esconden y no ofrecen.



IV   
 
El silencio no punza
 
si se amuralla entre tus fieros dientes,
 
he olvidado el alfabeto incierto
 
que fogoneó tu nombre.
 
Yo no quiero nombrarte,
 
sólo verte
 
balanceándote en el hambre de mi cuerpo,
 
trasuntándote en pan
 
y en dulce vino
 
que moja mi garganta separada
 
del desierto temido y abrazado.
 
Defendí mi dolor con uñas rotas,
 
con la certeza cruel de que al perderlo
 
ya no tendría nada.
 
Hoy arrojo el dolor lejos del alma,
 
sólo es el ramo de una novia muerta:
 
ya no quiero ser novia
 
y no quiero estar muerta.
 
Tu boca rasga los tules corrompidos
 
que amortajaron mi piel 
 
en el umbral siniestro de la espera.
 
El altar de mi carne profanado
 
por tu sexo sin nombre  
 
recupera su condición sagrada:
 
soy la diosa, otra vez,
 
la única diosa
 
a la que rindo culto.
 
Puedo partir llevándome el silencio,
 
puedo volver ahora que las flores
 
no mueren en mis manos
 
y no hay lágrimas vejando nuestra fábula
 
 y no te debo nada.








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