CANCIÓN DE LA AMANTE DESASIDA
"No es el amor, tal vez. ¿Y si lo fuera?"
"No es el amor, tal vez. ¿Y si lo fuera?"
Julia
Prilutzky Farny
I
La noche se atrinchera
en el delta procaz donde los ángeles
confinaron el celo.
Algún espasmo lúcido desarma
su figura rotunda,
geométrica y perfecta,
y se arrima a tus labios
donde muere
con una muerte dulce y no definitiva.
Y se vierte en tus labios
donde nace
como un presagio claro de lo eterno.
Te envuelvo en mis temblores para darte
la corona de espinas
que te erige
como amo transitorio de mi cuerpo.
Tu solícita lengua,
con su rumor de insecto laborioso,
desentraña el secreto:
no hace falta una espada
para abrirse
camino entre las flores.
No hace falta una flor,
sólo un latido,
rosado, pavoroso,
para parirme inmemorial en tu garganta,
martillarme en tu boca,
clavarme fiel como el olor del viento
en el ardor de tus fosas nasales.
Y resistir, caliente, en un perfume,
en un olor de hembra alucinada,
los embates del tiempo.
II
Cada siembra postrema
de tu cuerpo en mi vientre
desamarra
las jarcias del dolor
y desata los nudos de carne que frenaron
la expedición sensual de mis caderas.
La libertad llegó junto a ese trueno
que retumba
feroz
entre tus piernas.
Escondo arañas en todos los rincones
de mi cuarto en penumbras:
quiero testigos de las cruces rotas,
del aullido, del grito,
de la risa perdida y reencontrada,
del alivio del luto.
Escondo lluvia en todas mis palabras
para lavar aquello que me quema
y quedarme en tu abrazo
si es tu puerto
la escala que soñé definitiva.
Y partir sin sangrar
si en otra orilla
hay un hombre que espera.
Cada siembra postrema
de tu cuerpo en mi vientre
desamarra
las jarcias del dolor
y desata los nudos de carne que frenaron
la expedición sensual de mis caderas.
La libertad llegó junto a ese trueno
que retumba
feroz
entre tus piernas.
Escondo arañas en todos los rincones
de mi cuarto en penumbras:
quiero testigos de las cruces rotas,
del aullido, del grito,
de la risa perdida y reencontrada,
del alivio del luto.
Escondo lluvia en todas mis palabras
para lavar aquello que me quema
y quedarme en tu abrazo
si es tu puerto
la escala que soñé definitiva.
Y partir sin sangrar
si en otra orilla
hay un hombre que espera.
III
No exijo palabras ni promesas,
no necesito ser la flor perenne
en el jardín de tus cavilaciones.
Prefiero ser la lila deshojándose
en el vértigo puro del deseo
y quedarme, desnuda, entre tus manos,
sin simulacros de absurdas primaveras.
Lo que tengo me basta:
un cuerpo que socava mis cimientos,
una caricia rota entre mis muslos,
el abandono voluntario de mis máscaras,
el semen que enamora,
aunque el amor me dure poco y nada,
y el azar lamiéndome despacio
la piernas infinitas,
el gesto de placer crispado,
las manos que no esconden y no ofrecen.
No exijo palabras ni promesas,
no necesito ser la flor perenne
en el jardín de tus cavilaciones.
Prefiero ser la lila deshojándose
en el vértigo puro del deseo
y quedarme, desnuda, entre tus manos,
sin simulacros de absurdas primaveras.
Lo que tengo me basta:
un cuerpo que socava mis cimientos,
una caricia rota entre mis muslos,
el abandono voluntario de mis máscaras,
el semen que enamora,
aunque el amor me dure poco y nada,
y el azar lamiéndome despacio
la piernas infinitas,
el gesto de placer crispado,
las manos que no esconden y no ofrecen.
IV
El silencio no punza
si se amuralla entre tus fieros dientes,
he olvidado el alfabeto incierto
que fogoneó tu nombre.
Yo no quiero nombrarte,
sólo verte
balanceándote en el hambre de mi cuerpo,
trasuntándote en pan
y en dulce vino
que moja mi garganta separada
del desierto temido y abrazado.
Defendí mi dolor con uñas rotas,
con la certeza cruel de que al perderlo
ya no tendría nada.
Hoy arrojo el dolor lejos del alma,
sólo es el ramo de una novia muerta:
ya no quiero ser novia
y no quiero estar muerta.
Tu boca rasga los tules corrompidos
que amortajaron mi piel
en el umbral siniestro de la espera.
El altar de mi carne profanado
por tu sexo sin nombre
recupera su condición sagrada:
soy la diosa, otra vez,
la única diosa
a la que rindo culto.
Puedo partir llevándome el silencio,
puedo volver ahora que las flores
no mueren en mis manos
y no hay lágrimas vejando nuestra fábula
y no te debo nada.
El silencio no punza
si se amuralla entre tus fieros dientes,
he olvidado el alfabeto incierto
que fogoneó tu nombre.
Yo no quiero nombrarte,
sólo verte
balanceándote en el hambre de mi cuerpo,
trasuntándote en pan
y en dulce vino
que moja mi garganta separada
del desierto temido y abrazado.
Defendí mi dolor con uñas rotas,
con la certeza cruel de que al perderlo
ya no tendría nada.
Hoy arrojo el dolor lejos del alma,
sólo es el ramo de una novia muerta:
ya no quiero ser novia
y no quiero estar muerta.
Tu boca rasga los tules corrompidos
que amortajaron mi piel
en el umbral siniestro de la espera.
El altar de mi carne profanado
por tu sexo sin nombre
recupera su condición sagrada:
soy la diosa, otra vez,
la única diosa
a la que rindo culto.
Puedo partir llevándome el silencio,
puedo volver ahora que las flores
no mueren en mis manos
y no hay lágrimas vejando nuestra fábula
y no te debo nada.
Arte: Sarah Bishop
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