TODOS LOS HOMBRES QUE AMÉ
(POEMA JOCOSO SOBRE
REALIDADES TRÁGICAS)
Todos
los hombres que amé
eran
unos reverendos imbéciles.
(No,
nena, así no se empieza un poema,
esto
suena a Olympe de Gouges
y
a mujer decapitada,
porque
nada hay más engorroso
que
una mujer que tiene cabeza y la usa.
Mejor
empezá diciendo:
"Todos los hombres que
amé
eran tan diferentes a mí
que se empeñaron en abrirme
el estómago de un tajo
para ver qué clase de estopa
rellenaba a la muñequita de
ojos grandes
y humor cambiante como un calidoscopio").
Va
de nuevo, entonces.
Todos
los hombres que amé
eran
tan diferentes a mí
que
se empeñaron en abrirme el estómago de un tajo
para
ver qué clase de estopa
rellenaba
a la muñequita de ojos grandes
y
humor cambiante como un calidoscopio.
Ninguno
reparó en que una muñeca rota
no
sirve para jugar con ella.
Uno
tenía la manía de lavarse las manos con jabón
Espadol
antes
de tocarme
y
me escribía largas cartas diciéndome
que
una mujer es como un chocolatín Jack,
de
esos que vienen con sorpresa:
mordisquear
lentamente el chocolate es maravilloso,
pero
el verdadero tesoro está adentro
(y
yo leía esas cartas y me lamentaba
de
haber sido devorada siempre de dos mordiscos
como
una vulgar hamburguesa de McDonald´s).
Al
final,
ni
chocolate ni hamburguesa:
el
tipo,
además
de ser un histérico,
no
tenía dientes.
Otro
ponía en práctica a menudo la ibérica sentencia
“porque
te quiero te aporreo”,
pero
también me escribía epístolas eternas
repitiendo
la frase “TE AMO”,
setenta
veces siete y una más
(y
yo leía esos mails y razonaba
con
mi corta inteligencia de mujer con cabeza,
pero
que no la usa,
que
un amor así
no
iba a acabarse nunca).
Al
final,
el
amor se acabó
y
yo, con tantas aporreadas,
quedé
más tonta de lo que era antes.
Un
par de ellos tuvieron la genial idea de morirse
y
otro par,
la
de decirme que estaba más gorda,
cuando
me los volví a cruzar,
después
de muchos años.
Uno
daría la vida por mí,
aún
hoy,
siempre
y cuando el sacrificio
no
coincidiera con el día y la hora
en
los que Boca sale a la cancha.
Otro
lloraba en la puerta de mi casa
con
un ramo de rosas rojas en la mano
(pero
no, a ése no lo amé,
ése
me amó a mí;
así
de ingratas solemos ser las mujeres).
Todos
los hombres que amé me decepcionaron.
Todos,
menos uno.
Tócala otra vez, John,
e
imaginemos que el mundo
está
lleno de tipos piolas.
Arte: "Paper Plane", Young Chun
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