martes, 25 de marzo de 2008

EMPEZAR A MORIR


EMPEZAR A MORIR 

“De manos de la Muerte acepté el regalo. Creo que sabía qué era y de quién procedía. Al ver el nombre y la dirección, reí y firmé el recibo sin vacilar:” – Joyce Carol Oates, “Blonde”



Creo que fue entonces 

cuando empecé a morir. 

Cuando me dijiste: 

“Te quiero, pero no sé que hacer con vos”, 

y yo me encogí de hombros estúpidamente 

y murmuré sonriendo: 

“Soy una mina jodida”, 

y desvié la mirada para no demorarme en tus ojos, 

para no dolerme en tus ojos, 

porque yo también te quería, 

claro que te quería, 

pero no podía ligarme a tu destino, 

no podía salvarme.

No, no. 

Creo que fue antes. 

Creo que fue cuando esa cosa roja 

me levantó en vilo con una monstruosa ternura 

y yo pensé: 

“Estoy lastimada. Mi infancia está lastimada. 

Y esta hemorragia idiota 

-que nunca pedí, que nunca deseé- 

va a dejarme sin muñecas, 

sin espejitos mágicos, 

sin animales fabulosos.” 



No, no. 

No fue ahí cuando empecé a morir. 

Fue cuando alguien me tomó de la mano 

y me dijo: 

“Vamos a darle un besito a papá, que se fue al cielo”. 

Y yo tuve que besar a un señor blanco y frío 

-frío como una cosa demasiado fría, 

una cosa que quema-

que no era mi papá. 

No era, no era, no era. 

Te juro que no era. 



Tenés cuarenta años y no sabés que querés. 

Estás enferma. 

La vida no es abrir puertas y aparecer en el desierto de Gobi 

o en la Catedral de San Pedro. 

La vida es barrer el patio, 

y planchar camisas, 

y  desviar los ojos para que el amor no los irrite, 

y sangrar, 

y besar, de vez en cuando, 

a señoras y señores blancos y fríos 

que jamás conociste. 



La verdad, 

no sé cuando empecé a morir. 

Pero empecé. 

Y no termino. 



No termino.




Arte: Alexandre Sulimov



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