martes, 16 de diciembre de 2025

DE MI ESTADÍA EN EL PAÍS DE OZ


DE MI ESTADÍA EN EL PAÍS DE OZ
 
 
 
No sé cuál era el nombre del tornado
 
que me arrastró al País de Oz:
 
¿dolor, desamor, desconsuelo?
 
Sólo sé que estuve sola en el viaje,
 
y que fui yo la niñita que necesitaba volver a casa,
 
la que necesitaba un corazón,
 
y un cerebro,
 
y la valentía para mirarse al espejo
 
aceptando que los años conspiraban
 
debajo de mis ojos antes tan luminosos,
 
y había algunos cabellos blancos
 
mordiéndome las sienes,
 
y un puñado de cuentas sin saldar
 
abiertas en mi piel
 
como llagas umbrías.
 
 
 
 Hice el viaje hasta Ciudad Esmeralda
 
subida a unos zapatos rojos de tacón
 
que me quedaban un poco grandes
 
(Freud, zapatos rojos,
 
pasiones desbocadas,
 
obsesiones…
 
sólo por una vez
 
déjenme pisotear las reglas
 
de un mundo que no entiendo).
 
 
 
Hubo caminos amarillos interminables
 
donde reposar mi otoño
 
y fui todas las Reinas,
 
y todas las Brujas
 
(las malas y las buenas,

las muertas y las vivas).

Gocé entre amapolas,

pero me quedé dormida

y no supe despertar a tiempo

(las mentiras son poderosos narcóticos;

necesitamos creer y creemos

y nos hundimos cada vez más

en un falso paraíso alucinado).



  Ustedes ya saben cómo termina el cuento:

Oz, “el Grande y Terrible”,

era un hombrecito insignificante.

El gran farsante

atiborró mi cabeza con afrecho, alfileres

y un poco de paja,

y me regaló un bonito corazón

de seda roja

relleno de aserrín,

y me dio a beber una pócima falaz

jurando que me haría valiente.

Y me empujó fuera de Ciudad Esmeralda

(una ciudad que, al fin y al cabo, no era verde:

era una ciudad gris,

como todas las ciudades,

sólo que el hombrecito me obligó a usar anteojos coloreados

para que yo viera las cosas

como él creía que debía verlas). 



Todavía me faltaba volver a casa.

Cerré los ojos

y deseé con todas mis fuerzas

dejar atrás ese país artificial, bello y extraño

donde anidaba la mentira

y la crueldad era moneda corriente.


 Pero antes, me descalcé.



Zapatos rojos, nunca más.
 


 

Arte: Jordan Carson 

Del poemario "Once Upon A Time" (2014)

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