LA NEGRA
"Es mala".
Lo venimos repitiendo desde que éramos chicos,
desde que era vieja antes de ser vieja
y hurgaba en el verde del fondo de su casa
hasta encontrar
el verde de los cabitos de las frutillas que el tío cultivaba
y nosotros nos comíamos a escondidas,
desechando por encima de la medianera
el cuerpo del delito.
Entonces arreciaba el escándalo:
"estos chicos son unos maleducados
tiran cosas para mi casa,
me llenan el fondo de basura"
("cuatro hojitas locas",
pensábamos indignados
y doblemente reprendidos:
por comernos las frutillas
y por tirar cosas para la casa de al lado;
"cosas, ¿cosas?, cuatro hojitas locas,
qué vista tiene la vieja,
qué ganas de joder").
"Es mala".
Tiene una obsesión con el verdillo
y amontona hojas podridas
en las veredas ajenas;
tiene una obsesión con las pelotas
y jamás las devuelve.
Debe atesorarlas en una habitación especial
y revolcarse en ellas
como Rico McPato en sus monedas de oro.
"Es mala".
Jamás le vi una sonrisa genuina
iluminando sus rasgos aindiados,
siempre una mueca algo espeluznante,
una mueca que enseña apenas sus dientes blanquísimos,
una imitación de la sonrisa de los otros,
algo antinatural, algo raro.
Alguna vez tuvo 15 años.
Es extraño pensar que alguna vez tuvo 15 años
(¿fue cuando los dinosaurios andaban muy tranquilos por ahí,
sin imaginarse la que se les venía encima?).
Alguna vez tuvo 15 años
y pasó tardes enteras
planchando las camisas de sus hermanos varones,
lustrando sus zapatos,
para que fueran al baile de punta en blanco.
Siete hermanos varones y ella.
Ella,
viendo pasar sus mejores años
detrás de las rejas que se cerraban con candado
cuando el último de los privilegiados
alcanzaba el cielo de la vereda.
Imaginando una milonga que nunca pisó,
bailando con su sombra
a escondidas de la severa mirada materna.
Siete hermanos varones y ella.
Siete hermanos varones que se enamoraron,
se casaron,
se fueron.
Cumplieron sueños, tuvieron hijos.
Buenos tipos, todos.
Buenísimos tipos.
Jamás fue a la escuela.
Jamás la tocó un hombre.
Jamás la amó un hombre.
Jamás tuvo nada que no fuera
camisas para planchar
y vecinitos para vengarse un poco
de una vida de mierda.
Ya sé, ninguno de nosotros tenía la culpa.
Pero cuando duele
el mordisco salta para cualquier lado.
Quizás jamás sonríe porque nunca aprendió.
¿Es mala?
Lo venimos repitiendo desde que éramos chicos,
desde que era vieja antes de ser vieja
y hurgaba en el verde del fondo de su casa
hasta encontrar
el verde de los cabitos de las frutillas que el tío cultivaba
y nosotros nos comíamos a escondidas,
desechando por encima de la medianera
el cuerpo del delito.
Entonces arreciaba el escándalo:
"estos chicos son unos maleducados
tiran cosas para mi casa,
me llenan el fondo de basura"
("cuatro hojitas locas",
pensábamos indignados
y doblemente reprendidos:
por comernos las frutillas
y por tirar cosas para la casa de al lado;
"cosas, ¿cosas?, cuatro hojitas locas,
qué vista tiene la vieja,
qué ganas de joder").
Tiene una obsesión con el verdillo
y amontona hojas podridas
en las veredas ajenas;
tiene una obsesión con las pelotas
y jamás las devuelve.
Debe atesorarlas en una habitación especial
y revolcarse en ellas
como Rico McPato en sus monedas de oro.
Jamás le vi una sonrisa genuina
iluminando sus rasgos aindiados,
siempre una mueca algo espeluznante,
una mueca que enseña apenas sus dientes blanquísimos,
una imitación de la sonrisa de los otros,
algo antinatural, algo raro.
Alguna vez tuvo 15 años.
Es extraño pensar que alguna vez tuvo 15 años
(¿fue cuando los dinosaurios andaban muy tranquilos por ahí,
sin imaginarse la que se les venía encima?).
Alguna vez tuvo 15 años
y pasó tardes enteras
planchando las camisas de sus hermanos varones,
lustrando sus zapatos,
para que fueran al baile de punta en blanco.
Siete hermanos varones y ella.
Ella,
viendo pasar sus mejores años
detrás de las rejas que se cerraban con candado
cuando el último de los privilegiados
alcanzaba el cielo de la vereda.
Imaginando una milonga que nunca pisó,
bailando con su sombra
a escondidas de la severa mirada materna.
Siete hermanos varones y ella.
Siete hermanos varones que se enamoraron,
se casaron,
se fueron.
Cumplieron sueños, tuvieron hijos.
Buenos tipos, todos.
Buenísimos tipos.
Jamás la tocó un hombre.
Jamás la amó un hombre.
Jamás tuvo nada que no fuera
camisas para planchar
y vecinitos para vengarse un poco
de una vida de mierda.
Ya sé, ninguno de nosotros tenía la culpa.
Pero cuando duele
el mordisco salta para cualquier lado.
Quizás jamás sonríe porque nunca aprendió.
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