¿Cuándo supiste que Peter Pan estaba muerto?
Siempre lo supe.
La única manera de no crecer
es morir.
La única manera de que te recuerden y te amen
como a un niño eterno
(como a ese hermano mayor idealizado
que se accidentó patinando sobre hielo
y no alcanzó a cumplir los catorce)
es morir.
La única manera de no mancharse las manos
y el corazón
con el hollín de la vida
es morir prematuramente.
Conservando intacto
el dulce cosquilleo de la infancia.
No sé.
Quizás quería mostrarles cómo era
ser eternos en una estrella
antes de que el dolor
los tocara con sus largos dedos húmedos.
Quizás quería que tuvieran
la oportunidad de elegir
entre un adiós temprano
o una vida que decantaría en la soledad
o el tedio.
Quizás Peter Pan nos visitó a todos,
alguna vez,
y no lo recordamos
porque elegimos vivir.
Porque elegimos quedarnos sin estrella
y estrellar el cuerpo contra la insistencia
de los almanaques.
Quizás era ese amigo invisible
con el que teníamos largas charlas
a la hora en que las muñecas tomaban el té.
Claro que vivir
tiene sus cosas buenas.
Claro que crecer trae amor, y deseo,
y todas esas pequeñas flores de orgullo
que nos prendemos, victoriosos,
en las solapas del cuerpo.
Claro que vivir
también es una aventura.
Pero a veces me pregunto cómo sería
tener ocho años limpios
en la segunda estrella a la derecha.
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