IANFU
Ella lleva la luna cosida a los párpados
y siempre es noche
en su desnudez lisiada.
Los hombres la tocan
con sus alientos envanecidos de sangre,
la palpan
con sus ladridos de muerte.
Ella abre las manos para que respiren sus úlceras,
cierra las piernas en una ilusión de eternidad
que dura nada.
Los hombres hacen la guerra en el frente
y hacen la guerra en su útero,
trinchera de consuelo que se desconsuela
en la humedad de una mirada sesgada.
Útero azul
de sal y de agua
donde flotan
pececitos muertos,
labios mayores y menores profanados
por arpones de pólvora.
Ella piensa en el hogar,
rebusca sus migajas distantes,
se abraza a un gesto familiar que salvó
como pudo
del dictamen del humo.
Los hombres refriegan su semen infeccioso
contra el cadáver de su última sonrisa.
En su boca de niebla
los dientes son flores de cerezo que caen.
Pero no reverdece
y la primavera
jamás le toca el cuerpo.
Durante la Segunda Guerra Mundial, los japoneses establecieron burdeles militares en los países que ocuparon. Miles de mujeres de Corea, China, Japón, Filipinas, Tailandia, Vietnam, Malasia, Taiwán, Indonesia y otros territorios ocupados por las tropas imperiales, se vieron obligadas a prestar servicios sexuales a los militares del ejército japonés. Fueron las llamadas ianfu o comfort women (mujeres de consuelo). Las mujeres jóvenes eran secuestradas de sus hogares o engañadas con falsas promesas de trabajo. Una vez reclutadas, eran encarceladas en confort stations (auténticos prostíbulos) donde eran obligadas a satisfacer la lujuria de los japoneses.
Fotografía: Sri Sukanti, uno de los sobrevivientes, envuelta en una bufanda del artista Dewi Candraningrum (Instagram.com/dewicandraningrum)
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