Tiene la cabeza apoyada en la almohada,
los ojos cerrados.
Su pecho oscila suavemente.
Ninguna sombra parece devorarlo.
Me pregunto qué sueña.
Con quién.
Quizás sueñe con una mujer
que lo llama al amor con su voz de campanario
e ilumina su cuerpo
con pequeñas luciérnagas de saliva
cuando desata el diluvio del beso.
Una mujer que se reparte
en la punta de sus dedos
y se multiplica
en los ruidos del amor,
en sus olores.
Quizás sueñe con una mujer
que inaugura el día
cortando con su risa la cinta del bostezo
y canta
mientras prepara el café y las tostadas.
Y le toca la boca
antes de que salga al mundo,
como quien bendice,
como quien hace un talismán del tacto.
Ojalá.
Ojalá sueñe con esa mujer
que se parece tanto a la que extravié
en alguna mudanza,
en algún golpe de rutina,
en algún enojo que se enquistó en la casa
porque faltaron las palabras
para sanarlo a tiempo.
Ojalá no sueñe conmigo.
Sería una desilusión enorme despertarse
y verme
tan cerca y tan lejos,
tan nido que sangra silencio.