domingo, 24 de octubre de 2021

EL GATO SIN DUEÑO


 EL GATO SIN DUEÑO


A Manuel

 
Me estudia,

desde su adolescencia apenas despuntada,

con la fría arrogancia

de los gatos sin dueño.

Tiene la mirada verde, boscosa,

ataviada de animales pequeños

que se escurren entre las hojas

y unos brazos demasiado largos

que se mueven

sin permiso del viento,

como las aspas de un molino descompuesto.



No me alcanzan las manos

para abarcar el torbellino que lo habita.

No me alcanzan los pies

para seguir el loco itinerario

que le traza la sangre:

hay islas en las cuales

no puedo aventurarme,

con mi boca amansada,

mis libros deslomados por el sueño,

mis módicas certezas.



Algunas veces

-sólo algunas-

el gato sin dueño me adopta

y se acurruca a mis pies.

Hasta parece que puedo

tocarle la cabeza.



Pero no.

La ventana está abierta

y allá va,

mordiéndose los techos,

buscándose la vida en las umbrales,

lamiéndose,  tan solo.



Sin volver la sonrisa,

ni siquiera una vez,

hacia la mujer que soy,

la confundida,

la que no sabe qué hacer

con el ovillo de lana roja

que tiene en la mano.



  
  
Arte: "Gato con fondo rojo", Carlos Páez Vilaró

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