¿QUÉ
FUE DE BABY JANE?
La
distancia que hay
entre
Edgard Allan Poe y “Susy, secretos del
corazón”.
La
distancia que hay
entre
el verano incinerando
dieciséis
años en celo
y las
medias azules
subidas
hasta las rodillas.
La
distancia que hay
entre
la primera y la segunda.
Me tocó
ser Laura Ingalls,
Jo March,
la Gertrudis de “Como agua para el chocolate”,
secuestrada
o fugada,
pero
siempre loca.
Me tocó
nacer después de la hija perfecta
y no
pude hacer mucho más
que
embarrar la cancha.
(“¿Entonces
todo este tiempo podríamos
haber sido amigas?”)
No es
falta de amor:
es el
olor de la tormenta,
la
estúpida pirotecnia del “yo dije, vos
dijiste”
estallándonos
la boca;
es esa
canción
y “¿la fiera más fiera
dónde está?”
No es falta de amor:
es la perezosa voluntad de la sangre
que se retrae
como las piernas de una virgen pudorosa.
La
sangre.
Esa
estrella licuada
constelando
en los
angostísimos caminos del cuerpo.
Esa
estrella que es hermosa y triste,
y
quizás está muerta.
Esa
estrella que no obliga.
Apenas
inclina.
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