UN DÍA CUALQUIERA
Y un día cualquiera
le dan el Oscar a Leonardo DiCaprio,
Brad y Angelina se divorcian
y empiezan a pasar esas cosas
que una daba por sentado
que no iban a pasar nunca.
“Lo bueno que tiene la vida
es que no se queda quieta”,
dice mi amiga optimista,
sin tener en cuenta
que mi vida es un elefante en un bazar
y cada vez que se mueve
invita al caos.
Un bazar de Once, además,
nada de pisar cristales de Bohemia.
Pisar vidrio barato,
emociones baratas,
lealtades baratas.
Antes lloraba frente a la leche derramada.
Ahora ni siquiera puedo llorar.
Tengo los ojos mudos,
la boca viuda,
la palabra vedada.
No puedo escribir.
No quiero escribir.
Quiero borrar veinte años de un plumazo,
volver a las clases de catequesis familiar
y refutar las diez plagas de Egipto
con la National
Geographic en la mano.
Quiero
ponerle los pelos de punta
al
matrimonio bien avenido que me explica
que
no puedo comulgar
porque
me gusta el amor
y ningún santo varón bendijo mi cama.
Jesús
era un hippie, gente.
Ay,
si los viera.
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