miércoles, 24 de febrero de 2021

CENA FRÍA

 


CENA FRÍA


 

 

Recuerdo aquella noche,

 

cuando cenábamos en ese restaurante español

 

que me gustaba tanto.

 

En una mesa cercana

 

había una pareja que comía

 

sin dirigirse la palabra.

 

Sin mirarse, siquiera.

 

Sus ojos iban de los platos

 

a las copas sin brindis,

 

mientras los tenedores levitaban

 

como pequeños fantasmas de plata.

 

Nos pareció insólito

 

que el amor pudiera decantar en eso,

 

en esa adusta celebración de la nada.

 

Nos prometimos que nunca nos iba a pasar.

 

Que nuestras cenas iban a ser siempre

 

un lugar donde encontrarnos.

 

Supusimos que ellos

 

nunca se habían amado tanto como nosotros

 

(cada enamorado cree que inaugura el amor,

 

que lo inventa,

 

que ama como nadie lo hizo antes,

 

que los otros jamás conocieron

 

tanto fervor, tanta hondura).

 

 

 

Esta noche, como tantas,

 

nuestra cena fue

 

una pequeña oda al silencio.

 

Veinte minutos donde los tenedores

 

levitaron en medio de la niebla espesa

 

que separa tu nombre del mío.

 

No hubo copas. No hubo brindis.

 

Sólo palabras no dichas

 

estrellándose contra los platos

 

como pequeñas golondrinas suicidas

 

cada vez que abríamos nuestras bocas

 

ante la fantasmal insistencia de los cubiertos.

 

Palabras que podrían ser de reproche,

 

de perdón, de amor, de hastío.

 

 

 

Nos queríamos mucho, sí.

 

Nos queríamos tanto.

 

Cada vez que me besabas

 

en mi boca reventaba el sol,

 

como si fuera un enorme globo amarillo

 

atravesado por el aguijón del verano.

 

Pero el amor decantó en una cena fría.

 

Una cena para dos, que es para uno,

 

que es para nadie.

 

 

 

Por lo menos es una cena puertas adentro,

 

pienso.

 

Por lo menos no hay dos enamorados cerca

 

brindando y mirándonos de reojo,

 

prometiéndose una de las tantas cosas

 

que nunca, jamás,

 

van a poder cumplir.


 


Arte: Getty Images

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