NOVIOS DE ANTAÑO
La tarde se iba
y les dejaba puesta la sed.
El sol era una pequeña lentejuela roja
irritando el iris del deseo.
Ellos se tocaban sin tocarse.
Como quien toca un pedazo de mar
(mar ajeno,
mar que vuelve con su olor a no sé qué,
a algas, a sexo viejo,
a pulmones de sal).
La humedad
le medía el espinazo a las caricias.
Los dedos se encogían
como arañas en cierne.
Casi siempre hacía demasiado frío
y ellos no se atrevían a mojarse los pies
en eso que era el otro:
un pedazo de mar.
Algo así como una promesa de agua
que no se cumplió nunca.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario