sábado, 27 de julio de 2019

AUTORRETRATOS


AUTORRETRATOS



AUTORRETRATO I



Tengo unos ojos bellos,

un poco descosidos, eso sí,

en la zona de los lagrimales:

escurren agua todo el día.

Tengo una boca bella también,

pero muerdo las palabras,

y algunas veces las escupo

sin ningún protocolo.

Soy descuidada, iracunda y le tengo fobia a los trenes.

Además, escribo poemas.

¿Quién querría enredarse con una mujer así?





AUTORRETRATO II




No tengo las piernas largas

ni la dentadura perfecta.

Sin embargo,

he caminado mucho

y he mordido

manzanas,

animales,

señores,

papeles aburridos.

Y he digerido ausencia,

tragado cascabeles,

vomitado promesas.

No tengo una voz privilegiada,

ni una cintura augusta como un trono.

No se me da bien

lo de inventar palabras

a lo Oliverio.

No entiendo el teorema de Pitágoras

pero me gusta el vocablo hipotenusa:

está llena de gatos,

de ríos,

de claveles,

como caleidoscopio.

A veces me despierto

a mitad de la noche

y le suplico al hombre

que cose mis retazos

con su aguja de tiempo

un encuentro sin lámparas.

A veces supongo que estoy loca.



No tengo la vergüenza de haber sido

ni el dolor de no ser,

quizás porque no fui

y porque sigo siendo

o quizás porque el tango

me deja tan perpleja como a un pájaro

con las alas cortadas

(si la querías tanto,

¿para qué la dejaste?;

yo no dejo jamás lo que quiero:

yo lo mato).



No tengo un ex – amante que me recuerde con afecto.

Mis ex –amantes me odian.

Lo que es justo,

porque yo los odio a ellos.



No tengo la nariz agraciada,

ni el vientre chato,

ni el ombligo invicto.

Ni siquiera tengo veinte años.



Sin embargo

todavía le enlazo con mi sombra

el fuego del verano.

Y redoblo la apuesta de las lágrimas

cuando intuyo

lo rápido que se seca la sangre.



AUTORRETRATO III

Casi siempre está triste,
salvo cuando escucha a Los Beatles
o acaricia a los gatos.
O cuando es viernes
y se toma un champancito barato,
y piensa “Gracias a Dios es viernes”,
como si la vida fuera una película disco
(porque no le gustan ni los sábados,
ni los domingos,
ni los lunes,
pero los viernes todavía tienen para ella cierto encanto,
cierto aire de genuina promesa).
Es mezquina, casi siempre,
generosa, a veces,
demasiado orgullosa como para romper las fotos que no la favorecen,
demasiado orgullosa como para reescribir sus poemas.
Nunca visitó Europa,
ni aprendió a bailar,
ni usó un vestido de fiesta.
Jamás se tiñó de rubia.
Pero es tan anacrónica, tan patriarcal,
tan tonta,
que todavía sueña con castillos y valses,
y una melena como la de Rapunzel extendida
sobre la almohada del Príncipe Feliz.
Hubiera deseado no nacer,
no crecer,
no tener que morir.
Hubiera deseado un don más práctico
que el de garabatear el dolor
y ponerle el cascabel a la palabra.
Casi siempre está triste
pero sonríe
como si no le apretaran los zapatos de la rutina,
como si el amor no fuera una prenda incómoda
que le tira de la sisa,
como si su corte de pelo todavía estuviera de moda.
Está gorda,
está vieja,
está asustada.
Casi siempre está triste.
Tiene unos ojos hermosos.

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