LECTURAS "BROTE POÉTICO" / JULIO 2019
EL CEMENTERIO DE LAS POLACAS
Cruzaron el mar con las tripas como brújula,
con el hambre como mapa celeste,
contando los granos de arroz
que les faltaban
para llegar a una cama caliente,
a la ternura áspera
de un mantel a cuadros.
Cruzaron el mar y en tierra
cayeron como peces rotos
en una red de saliva sucia.
Las desnudaron,
las midieron,
les etiquetaron la piel,
el olor,
los besos.
Les maldijeron el amor para siempre.
Las devoraron.
En este pedazo de tierra ausente de Dios
escupieron sus huesos.
Sus ombligos son heridas sin patria
que no sanarán nunca.
Cruzaron el mar para llorarse
entre las piernas del verdugo.
Clavaron sus voces en la garganta del lobo
y el viento se llevó sus labios.
En este pedazo de tierra ausente de Dios
donde el gusano trabaja
no hay flores ni piedritas
que tiendan su corazón para salvarlas
de tanto y tanto olvido.
LAS BRUJAS DEL BARRIO
Pegadas a los vidrios sucios de sus ventanas
Eran manchas en los cristales,
manchas de ira y silencio,
aunque a veces soltaban algún ladrido
y nosotros temblábamos.
Las brujas del barrio
sobre el techo de nuestro paraíso
de caramelos Sugus y revistas Anteojito.
El miedo tenía su olor inconfundible
a ceniza, gato y sopa.
Si te portás mal te va a llevar la loca Ema.
Si te portás mal te va a llevar la muda.
Si te portás mal te va llevar la polaca.
Si te portás mal.
Todas las brujas del barrio eran mujeres solas.
No esperaban a un hombre con la comida caliente.
No llevaban chicos al colegio.
No organizaban reuniones para vender cosméticos Mary Kay
ni recipientes Tupperware.
Habían ignorado los mandatos atávicos
que nuestras madres cumplían con celo.
Por eso eran malas.
Por eso nos habían enseñado a reírnos de ellas
y a desconfiar de sus voces y sus ventanas.
Hace cuarenta años
el barrio era una pequeña sucursal de Salem.
Las hogueras se encendían con prejuicios.
Y las brujas ardían.
Arte: "Old woman staring through a window", Spyros Papaspyropoulos
EMA
Me gusta llamar a las personas por su nombre
y por eso le pregunté el suyo.
Ema, me respondió en un hilo de voz,
sin levantar su mirada oblicua
de la caja registradora.
Ema, repetí,
sabiendo que ese nombre apenas le pertenecía,
como apenas le pertenecen sus veinte años
gastados de lunes a lunes entre paquetes de jabón en polvo,
frascos de aceitunas
y señoras que se quejan cuando los caramelos
compensan la falta de monedas para el vuelto.
Lindo, murmuré,
sabiendo que ese nombre era apenas una aspirina impotente
frente al dolor del desarraigo.
A veces me pregunto cómo se llamará Ema en realidad.
¿Jia Ying? ¿Lian Li?
(A veces me pregunto
si entiende lo que dicen las señoras que se quejan
porque los chinos nos roban el trabajo).
A veces me pregunto cuándo descansa Ema.
Cuándo sonríe.
Arte: Li Wentao
UNA MADRE TERRIBLE
Va a ser una madre terrible, dijeron,
cuando mi embarazo se hizo evidente
y las vecinas maliciosas afilaron los colmillos
para preguntar
cuándo me había casado.
Terrible, sí.
Demasiado irresponsable,
demasiado irreflexiva,
demasiado emocional.
Voy a ser una gran madre, dije yo,
y traté de rodearte de belleza:
caricaturas de Tex Avery,
música de Los Beatles,
historias de cronopios y famas.
Pero el oráculo del barrio no se equivocó:
fui una madre terrible.
Dije que sí cuando debí decir que no.
Dije que no cuando debí abrazarte.
Y cuando no supe qué decir
me tiré en la cama a llorar
y no me levanté durante meses.
Vos tenías once o doce años
y no entendías.
Yo era una adulta
(demasiado irresponsable,
demasiado irreflexiva,
demasiado emocional)
y tampoco entendía.
Fui una madre terrible.
No supe
sembrar tu nombre en la luz.
De tu papá heredaste
los ojos verdes,
la nariz perfecta,
el contundente apellido italiano.
De mí,
la lluvia que gira entre tus dedos
como un trompo infeccioso.
Cronopios, famas, y ninguna esperanza.
Los pies fríos,
la duda irrazonable.
La tristeza.
Arte: Nguyen Thanh Bhin