lunes, 13 de mayo de 2019

LECTURAS "POETA ES CUALQUIERA" / MAYO 2019


LECTURAS "POETA ES CUALQUIERA" / MAYO 2019


274 DÍAS

274 días duró su matrimonio.
274 noches la tuvo en su cama,
desnuda y rubia,
la mujer a la que todos amaban
y él quería amar con exclusividad,
la mujer del vestido blanco
y las piernas del mundo.
La mujer que no podía darle un hijo
que lanzara al futuro,
como una piedra de esperanza,
su apellido italiano.

274 días duró su matrimonio.
Después,
ella se casó con otro
pero él siguió siendo un puerto
donde la niña naufragio podía atracar
cuando la abandonaban sus amantes,
sus psiquiatras,
sus ganas de bañarse y cepillarse el pelo,
sus ganas de vivir.

Cuando ella murió
él rugió como un león
y lloró como un recién nacido.
Pero tuvo el coraje para organizar su funeral,

comprar las flores,
vestirla,
prohibir que se acercaran a su cadáver
las moscas y los depredadores.

Un segundo antes de que el cáncer
ganara otra batalla
él lanzó su nombre al más allá,
como una piedra de esperanza.
“Al fin voy a poder volver a ver a Marilyn”
murmuró Joe Di Maggio.

Al fin.

EL PERFECTO GALÁN

Roy Harold Scherer, Jr.,
el chico abandonado por su padre y abusado por su padrastro,
descubrió que quería ser actor
con una linterna de acomodador de cine en la mano.
Llegó a California en 1946
y cuando no conducía un camión
o fracasaba en el intento de vender aspiradoras,
se apostaba en la puerta de los Estudios
soñando con ser descubierto.

Roy tenía dificultades para memorizar cualquier parlamento
y cierta torpeza frente a las cámaras,
pero era tan hermoso
que la Universal Pictures  no dudó en invertir en él tiempo y dinero
y convertirlo en Rock Hudson,
el perfecto galán,
un sublime objeto de deseo made in Hollywood,
apto para abuelas, madres,
y señoritas de rodillas apretadas
hambrientas de campanas nupciales.

Pero el gigante amable no era el novio ideal
y su sonrisa  irresistible no encajaba
en las páginas de los confesionarios adolescentes.
La Meca del Cine  lo había obligado
a convertir el amor en un secreto,
a maquillar el deseo,
a tener una esposa pantalla
(una chica tan ingenua que tardó tres largos años en notar
que a su marido
le gustaban veinteañeros y rubios).

Rock Hudson vivió casi toda su vida
en un armario de cristal,
del que se sólo atrevió a salir cuando el HIV
(el cáncer gayla peste rosa,
eso que le pasaba a la gente que no era Rock Hudson)
lo chantajeó como otro amante sin escrúpulos.

Murió a los 59 años,
libre.

ANTONIO Y CLEOPATRA

Él llegó al set de “Cleopatra” tan borracho
que apenas podía mantenerse en pie.
Pidió un café cargado
pero fue incapaz de beberlo:
la taza temblaba en sus manos como una liebre rota.
Ella tomó el pocillo y se lo acercó a los labios.
Mientras Richard sorbía el negro alivio
Elizabeth no dejó de mirarlo a los ojos.
Cuando el café se acabó
ya estaban enamorados.

Él llegó a su vida como un Marco Antonio herido de muerte
y ella lo curó para volver a lacerarlo.
Cada vez que Elizabeth se quitaba la ropa
un puñal de ansiedad atravesaba
la autosuficiencia del duro galés.
Había que regar con alcohol tanto desconcierto.
¿Cómo vivir dependiendo de otra criatura,
de una criatura única, además,
un ciervo de ojos color violeta,
que se desnudaba así, tan fácil,
en medio de una partida de Scrabble
y con su cuerpo resignificaba todas las palabras?

Ella amaba en él su toque de jungla,
y los insultos sonaban como tambores
cuando las tazas de café post borrachera
eran moscas con resaca que revoloteaban 
sobre las sábanas matrimoniales.
Basta para mí dijeron ambos,
después de diez años de besos, Scrabble, injurias y whisky.
Pero volvieron a intentarlo tiempo después,
en la selva,
aullando,
aunque sin dejar de lado firmas y legalidades:
a pesar del vagabundeo erótico del que la acusaba el Vaticano
Elisabeth le gustaba casarse.
Siete semanas, siete diamantes,
y el matrimonio estalló por los aires.

Richard Burton murió el 5 de agosto de 1984,
sintiéndose en falta porque los dioses le habían obsequiado el fuego
y él había hecho correr mucho alcohol por su garganta para apagarlo.
Una semana antes le había escrito una carta a Elizabeth
buscando la reconciliación
y jurándole que quería volver a casa.
Ella guardó ese último mensaje durante años
en el cajón de su mesa de luz.
Lo guardó hasta el último día de su vida.

Quién sabe cuántas veces lo releyó.
Quién sabe cuántas veces celebró y maldijo
que su cuerpo y sus ojos violeta
hubieran sido la casa
de aquel hombre que no podía sostener en sus manos
una taza de café
de tan borracho que estaba.

UNA DE LAS MÁS VALIENTES

Claude tenía 17 años y flores en la boca
cuando uno de sus tantos admiradores la convenció
para que subiera a su auto
y la violó con ferocidad.
Al poco tiempo,
la italiana más guapa de Túnez,
descubrió que estaba embarazada.
Decidió no abortar
y dio a luz a Patrizio,
un príncipe lampiño que creció
creyendo que la bella Totte era su hermana.

Siete años más tarde,
convertida en estrella,
Claudia Cardinale le confesó al mundo que Patrizio era su hijo
y lo abrazó  (por fin madre) con infinito alivio.
Habló de un error de juventud en Túnez,
pero nada dijo de la violación,
del miedo,

 del asco,
del sexo abominable de la bestia
rompiéndola desde adentro
como si fuera una cáscara vacía.
Quizás para proteger a Patrizio,
tan perfecto
(cinco maravillosos dedos en cada mano)
a pesar de la forma brutal en la que había sido concebido.
Quizás porque todavía sentía culpa

 por haber subido a ese auto,
por sus 17 años,
por ser la italiana más guapa de Túnez.

En 1995,
cuarenta años después de haber sido violada,
Claudia Cardinale pudo contarlo.
Tomada de la mano de Patrizio
(cinco maravillosos dedos).
El que nunca supo quién fue su padre
y nunca quiso saberlo.

Le bastó con ser el hijo
de una de las mujeres más hermosas del mundo.

Una de las más valientes.

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