PEG, LA
CHICA DEL CARTEL
Ser
joven, rubia y hermosa
no
alcanza para pagar las cuentas.
Ser
delicada, etérea,
tener
los pechos de vidrio y las caderas pequeñas,
la boca
a punto de estallar
como un
diminuto huracán de azúcar,
los
ojos largos y azules
no
alcanza para que la vida valga más
que una
moneda de angustia.
Peg
había caminado todo el verano,
de
audición en audición,
buscando
un papel que la redimiera.
Se
había desnudado para sobrevivir,
exhibiendo
con pudor las costillas del hambre,
cinco
minutos antes de comprender
que ser
joven, rubia y hermosa no alcanza.
Una
señora que paseaba a un caniche histérico
por las
colinas de Hollywood
encontró
un zapato viudo
y un
bolso triste como un nido vacío
al pie
del cartel que domina
la
fabulosa ciudad del cine.
Peg Entwistle
lo había usado como trampolín definitivo.
Horas después de su mutis por el foro,
la Beverly Hills Playhouse despachó una
carta a su nombre
ofreciéndole su primer papel protagónico:
el de una suicida.
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