PERDICES
EN ESCABECHE
Mi papá
cazaba perdices.
Mi mamá
las cocinaba.
Pelaba
zanahorias y cebollas,
las
cortaba en rodajas finísimas.
Preparaba
un escabeche esmerado,
lo
perfumaba con laurel,
lo
acicalaba con pimienta negra
(esas
bolitas diminutas que picaban tanto si las mordías),
cantaba.
Nosotros,
los chicos,
éramos
un torbellino de barro y agujas de pino
entrando
y saliendo del reino mágico de las ollas,
tres
lunares milagrosos
en la
espalda clara del mediodía.
Tanta
risa no nos cabía en la boca.
Nos
habían contado muchos cuentos
y
sabíamos
que
comer perdices era
la
metáfora más pura de la felicidad.
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