NO
SOMOS LOS INGALLS
Probablemente
yo
fui la manzana podrida del cajón.
Probablemente
mi cabeza
fue
la fruta agusanada
que
contagió el caos a los utensilios de cocina,
a
las arañas que balconean los rincones,
a
los gatos.
Ahora
nuestras
cucharas se deprimen,
nuestras
arañas son obsesivo compulsivas
y
nuestros gatos hierven de fobia
a
los transportes públicos.
No
somos los Ingalls.
Papá
no toca el violín,
mamá
no sonríe
y
todos nos volvemos locos de atar
cuando
nos cortan la luz.
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