LA LITERATURA COMO MEDIO DE EMPODERAMIENTO FEMENINO
“No dejan pasar nunca la ocasión de
decirte que las mujeres deben dejar la pluma y repasar los calcetines de sus
maridos”.
Rosalía de Castro (1837 -1885)
“Las mujeres han servido durante todos
estos siglos como espejos que poseyeran el poder de reflejar la figura del
hombre a un tamaño doble del natural”.
Virginia Wolf (1882 – 1941)
La
relación de las mujeres con la literatura se remonta a los inicios de la
palabra escrita. La primera voz literaria de la historia fue Enheduanna, una
sacerdotisa acadia que escribió 2.500 años antes de Cristo. “Esa primera
poetisa, en el recinto del templo, emitía su voz fuerte y solemne para
imponerse a un entorno receloso y, a veces, hostil”, cuenta Clara Janés en su
libro "Guardar la casa y cerrar la boca". Poco se sabe de ella y
el conocimiento sobre su existencia es reciente. Fue un explorador británico
quien encontró, en 1926, un disco de alabastro con las primeras referencias a
Enheduanna, hija de un rey y suma sacerdotisa, enfrentada a los sacerdotes del
templo. Pero no fue la única: tanto en China como en la India había mujeres
produciendo textos literarios varios siglos antes de Cristo. Safo, también
conocida como Safo de Mitilene o Safo de Lesbos, fue una destacadísima poeta
griega nacida en la isla de Lesbos, en la ciudad de Mitilene alrededor del año
620 a.c.
A pesar de que
durante siglos las mujeres tuvieron restringido el acceso a la educación y a la
cultura, son muchas las que se destacaron en el campo de la literatura a lo
largo de la historia, como Aphra Behn, dramaturga, escritora y
espía británica nacida en 1640, la primera escritora profesional de
la historia inglesa; sor Juana Inés de la Cruz, nacida en la Intendencia de México, en el
Virreinato de la Nueva España, en 1651, religiosa de la Orden de
San Jerónimo y brillante exponente del Siglo de Oro de
la literatura en español; o Emilia Pardo Bazán, condesa de Pardo
Bazán, nacida en 1851, novelista,
periodista, ensayista, crítica literaria, poeta, dramaturga, traductora,
editora, catedrática y conferencista española, introductora
del naturalismo en España. Pero su camino ha sido difícil:
históricamente las mujeres han carecido de tiempos y espacios para
dedicarse a sí mismas. La obligada y exclusiva dedicación al cuidado de la
familia y la desvalorización sistemática de cualquier forma de producción
intelectual femenina, limitaron a la creación, en general, y a la literaria, en
particular. Muchas mujeres se vieron obligadas a publicar con seudónimos
masculinos, como Cecilia Böhl de Faber y Ruiz de Larrea, una sevillana que en el siglo XVIII usó el nombre Fernán Caballero, o
Amantine Aurore Lucile Dupin, baronesa de Dudevant, conocida por la misma
época como George Sand.
El control
sobre las mujeres, a través de mecanismos sociales e ideológicos determinó que
la producción intelectual femenina estuviese encuadrada, salvo contadas
excepciones, en parámetros de clase y sexo establecidos normativamente. En
todos los tiempos, pasando por la Edad Media, el Renacimiento, el siglo XVIII y
el XIX, las obras femeninas han sido consideradas de menor valor en los ámbitos
artísticos, y se las ha relegado al entretenimiento de mujeres de clase
acomodada o como trabajo marginal respecto al de los artistas varones. La
mujer en el arte fue encasillada en el papel de musa, inspiración del hombre, considerado el verdadero artista;
no se le permitió mirar y se la obligó a ser mirada. Son
muchas las leyendas y mitos que abordan la peligrosidad de la mujer que mira, revierte
el paradigma dominante y se convierte en mujer fatal. Medusa, por
ejemplo, que podía petrificar con su mirada, y se aniquiló a sí misma al recibirla
reflejada en el escudo de Perseo, dejando en claro que la
mujer no debe mirar, sólo ser mirada.
En 1929, la
autora Virginia Wolf publicó el ensayo “Una habitación
propia”, en el que postula que, para poder realizarse como
escritora, "una mujer debe tener
dinero y una habitación propia". Woolf observa
que las mujeres han sido apartadas de la escritura debido a su pobreza
relativa, y que la libertad financiera traerá a las mujeres la libertad para
escribir. En el ensayo, la
autora construye una suerte de historia de la escritura femenina y
habla del papel de la mujer como musa inspiradora
del artista pero con poca presencia como artífice de creación. Señala
que “las mujeres han ardido como
faros en las obras de todos los poetas desde el principio de los tiempos”, idealizadas, pero que estas mujeres de la
literatura poco tenían que ver con las mujeres reales, que apenas sabían leer y escribir y eran sojuzgadas y
consideradas propiedad de sus maridos. Omnipresente en la poesía
escrita por varones, la mujer fue sistemáticamente ignorada en la historia.
El gran salto de musa a artista fue dado por la mujer entre los siglos XIX y XX, aunque siempre limitado por
la desigual distribución de poder entre sexos aún presente en la sociedad. El
siglo XXI propone un nuevo desafío: la búsqueda de una vía de salida de las
limitaciones históricas a impuestas a lo femenino a través de la palabra, un
camino iniciado en la década de 1970, cuando parte
de la obra literaria escrita por mujeres comenzó a cuestionar los
valores tradicionales de la cultura occidental, forjando
un modelo de mujer que se despega de la identidad que le fue otorgada desde
tiempos inmemoriales por la perspectiva y la visión masculinas. A través de la
palabra, tratan de abrirse camino nuevas ideas sobre la mujer y lo femenino,
independientes de los estereotipos y las construcciones sociales y culturales,
y se busca una evolución en la
concientización de las mujeres sobre sí mismas, para que puedan autopercibirse responsables
y protagonistas de sus propias vidas.
Según Elvira Sanchez Muliterno, autora del
libro “Mujer empoderada”, “una mujer empoderada es aquella
que ha realizado el proceso de conocerse, de romper sus barreras internas y de
reconexión con en su verdadera esencia, dando lugar este proceso a una mujer
que se conoce, que vive desde su autenticidad, sin copiar los modelos de poder
establecidos y que vive su feminidad sin estereotiparla”. La escritura es
una herramienta de privilegio en el camino del empoderamiento. La mujer que
escribe tiene a su alcance la posibilidad de autoexplorarse y autoconocerse, y
alcanzar un protagonismo que le facilitará modificar lo establecido,
transformando su propia existencia. A su vez, las producciones literarias
femeninas se convierten en modelos compartidos que permiten la identificación
y la visibilidad y revalorización de diferentes vivencias y
espacios, silenciados a lo largo de la historia de la literatura. Por otro lado, el arte es capaz de convertirse en una
forma respetuosa de protesta franca, abierta y contundente, oponiéndose a la
conducta de quien transgrede el derecho de la mujer, pero procurando
sensibilizarlo y comprometerlo al cambio.
La literatura puede impulsar el cambio de la percepción que las mujeres
tienen de sí mismas a nivel individual y grupal, introduciéndolas en un proceso
de empoderamiento que cambiará su propia imagen y la del colectivo al que
pertenecen, incrementando su capacidad para configurar sus propias vidas y modificar positivamente el entorno.
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