viernes, 13 de julio de 2018

LA LITERATURA COMO MEDIO DE EMPODERAMIENTO FEMENINO


LA LITERATURA COMO MEDIO DE EMPODERAMIENTO FEMENINO

“No dejan pasar nunca la ocasión de decirte que las mujeres deben dejar la pluma y repasar los calcetines de sus maridos”.
Rosalía de Castro (1837 -1885)

“Las mujeres han servido durante todos estos siglos como espejos que poseyeran el poder de reflejar la figura del hombre a un tamaño doble del natural”.
Virginia Wolf (1882 – 1941)

La relación de las mujeres con la literatura se remonta a los inicios de la palabra escrita. La primera voz literaria de la historia fue Enheduanna, una sacerdotisa acadia que escribió 2.500 años antes de Cristo. “Esa primera poetisa, en el recinto del templo, emitía su voz fuerte y solemne para imponerse a un entorno receloso y, a veces, hostil”, cuenta Clara Janés en su libro "Guardar la casa y cerrar la boca". Poco se sabe de ella y el conocimiento sobre su existencia es reciente. Fue un explorador británico quien encontró, en 1926, un disco de alabastro con las primeras referencias a Enheduanna, hija de un rey y suma sacerdotisa, enfrentada a los sacerdotes del templo. Pero no fue la única: tanto en China como en la India había mujeres produciendo textos literarios varios siglos antes de Cristo. Safo, también conocida como Safo de Mitilene o Safo de Lesbos, fue una destacadísima poeta griega nacida en la isla de Lesbos, en la ciudad de Mitilene alrededor del año 620 a.c.
A pesar de que durante siglos las mujeres tuvieron restringido el acceso a la educación y a la cultura, son muchas las que se destacaron en el campo de la literatura a lo largo de la historia, como Aphra Behn, dramaturga, escritora y espía británica nacida en 1640,  la primera escritora profesional de la historia inglesa; sor Juana Inés de la Cruz, nacida en la Intendencia de México, en el Virreinato de la Nueva España, en 1651, religiosa de la Orden de San Jerónimo y brillante exponente del Siglo de Oro de la literatura en español; o Emilia Pardo Bazán, condesa de Pardo Bazán, nacida en 1851, novelista, periodista, ensayista, crítica literaria, poeta, dramaturga, traductora, editora, catedrática y conferencista española, introductora del naturalismo en España. Pero su camino ha sido difícil: históricamente las mujeres han carecido de tiempos y espacios para dedicarse a sí mismas. La obligada y exclusiva dedicación al cuidado de la familia y la desvalorización sistemática de cualquier forma de producción intelectual femenina, limitaron a la creación, en general, y a la literaria, en particular. Muchas mujeres se vieron obligadas a publicar con seudónimos masculinos, como Cecilia Böhl de Faber y Ruiz de Larrea, una sevillana que en el siglo XVIII usó el nombre Fernán Caballero, o Amantine Aurore Lucile Dupin, baronesa de Dudevant, conocida por la misma época como George Sand.
El control sobre las mujeres, a través de mecanismos sociales e ideológicos determinó que la producción intelectual femenina estuviese encuadrada, salvo contadas excepciones, en parámetros de clase y sexo establecidos normativamente. En todos los tiempos, pasando por la Edad Media, el Renacimiento, el siglo XVIII y el XIX, las obras femeninas han sido consideradas de menor valor en los ámbitos artísticos, y se las ha relegado al entretenimiento de mujeres de clase acomodada o como trabajo marginal respecto al de los artistas varones. La mujer en el arte fue encasillada en el papel de musa, inspiración del hombre, considerado el verdadero artista; no se le permitió mirar y se la obligó a ser mirada. Son muchas las leyendas y mitos que abordan la peligrosidad de la mujer que mira, revierte el paradigma dominante y se convierte en mujer fatalMedusa, por ejemplo, que podía petrificar con su mirada, y se aniquiló a sí misma al recibirla reflejada en el escudo de Perseo, dejando en claro que la mujer no debe mirar, sólo ser mirada.
En 1929, la autora Virginia Wolf publicó el ensayo “Una habitación propia”, en el que postula que, para poder realizarse como escritora, "una mujer debe tener dinero y una habitación propia". Woolf observa que las mujeres han sido apartadas de la escritura debido a su pobreza relativa, y que la libertad financiera traerá a las mujeres la libertad para escribir. En el ensayo, la autora  construye una suerte de historia de la escritura femenina y habla del papel de la mujer como musa inspiradora del artista pero con poca presencia como artífice de creación. Señala que “las mujeres han ardido como faros en las obras de todos los poetas desde el principio de los tiempos”, idealizadas, pero que estas mujeres de la literatura poco tenían que ver con las mujeres reales,  que apenas sabían  leer y escribir y eran sojuzgadas y consideradas propiedad de sus maridos. Omnipresente en la poesía escrita por varones, la mujer fue sistemáticamente ignorada en la historia.
El gran salto de musa a artista fue dado por la mujer entre los siglos XIX y XX, aunque siempre limitado por la desigual distribución de poder entre sexos aún presente en la sociedad. El siglo XXI propone un nuevo desafío: la búsqueda de una vía de salida de las limitaciones históricas a impuestas a lo femenino a través de la palabra, un camino iniciado en la década de 1970, cuando parte de la obra literaria escrita por mujeres comenzó a cuestionar los valores  tradicionales de la cultura occidental,  forjando un modelo de mujer que se despega de la identidad que le fue otorgada desde tiempos inmemoriales por la perspectiva y la visión masculinas. A través de la palabra, tratan de abrirse camino nuevas ideas sobre la mujer y lo femenino, independientes de los estereotipos y las construcciones sociales y culturales, y se busca una evolución en la concientización de las mujeres sobre sí mismas, para que puedan autopercibirse responsables y protagonistas de sus propias vidas.
Según Elvira Sanchez Muliterno, autora del libro “Mujer empoderada”, “una mujer empoderada es aquella que ha realizado el proceso de conocerse, de romper sus barreras internas y de reconexión con en su verdadera esencia, dando lugar este proceso a una mujer que se conoce, que vive desde su autenticidad, sin copiar los modelos de poder establecidos y que vive su feminidad sin estereotiparla”. La escritura es una herramienta de privilegio en el camino del empoderamiento. La mujer que escribe tiene a su alcance la posibilidad de autoexplorarse y autoconocerse, y alcanzar un protagonismo que le facilitará modificar lo establecido, transformando su propia existencia. A su vez, las producciones literarias femeninas se convierten en modelos compartidos que permiten la identificación y  la visibilidad y revalorización de diferentes vivencias y espacios, silenciados a lo largo de la historia de la literatura. Por otro lado,  el arte es capaz de convertirse en una forma respetuosa de protesta franca, abierta y contundente, oponiéndose a la conducta de quien transgrede el derecho de la mujer, pero procurando sensibilizarlo y comprometerlo al cambio.
La literatura puede impulsar el cambio de la percepción que las mujeres tienen de sí mismas a nivel individual y grupal, introduciéndolas en un proceso de empoderamiento que cambiará su propia imagen y la del colectivo al que pertenecen, incrementando su capacidad para configurar sus propias vidas y modificar positivamente el entorno.


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