CAROLINA
Catorce.
Apenas catorce años tenía cuando lo
conocí. Él tenía diecisiete. Nos cruzamos en la casa de un amigo que teníamos
en común, en una fiesta. Nos enamoramos enseguida. Y nos hicimos inseparables.
Fabián estaba siempre pendiente de mí. Íbamos a la escuela juntos. Me
acompañaba a todas partes. Y me escribía unas cartas tan lindas. Llenas de
corazones y promesas de una maravillosa y compartida.
"Princesita de mi vida, osita de Peluche, corazón con patas, viste que pese a todos los obstáculos, a la distancia y las circunstancias, el amor de nosotros pudo más.”
"Bebé, quiero que sepas que, a pesar de que siempre haya algo entre nosotros tratando de separarnos, te voy a amar. Y aún cuando vos te canses de no poder hacer nada por mi culpa y me dejes, yo voy a seguir amándote".
Las cartas eran muy lindas, sí. El
noviazgo, no tanto. Fabián era muy celoso. Estaba convencido de que yo lo
engañaba. O de que no faltaba mucho para que lo hiciera. Hasta que un día, en
medio de una discusión, me pegó una cachetada. Yo me quedé helada. No lo podía
creer. Me puse a llorar desconsoladamente. Él se mostró arrepentido. Me pidió
que lo perdonara. Me juró que nunca más iba a dañarme. Me mintió, claro. Los
golpes se hicieron cada vez más frecuentes. Los pedidos de perdón, también. Y
yo lo perdonaba, lo perdonaba siempre. Estaba enamorada de él. Era mi novio. Mi
amigo. Mi primer hombre. Y le creía. Necesitaba creerle.
En Mayo de 1996, Fabián y yo estábamos
separados, como tantas otras veces. Él me había partido la nariz de una
trompada, en un arrebato de celos. Yo había decidido alejarme. Sólo nos veíamos
en el colegio. Le había pedido a mi papá que me llevara y me fuera a buscar a
la escuela, para que no hubiera oportunidad de quedarme a solas con él. Pero el
lunes 27 me convenció para que lo acompañara a su casa. Su familia
no estaba. Hicimos el amor. Fabián insistió para que no nos cuidáramos: quería
que yo quedara embarazada esa misma noche. Le dije que estaba loco. Faltaban
pocos días para mi cumpleaños de dieciocho. Era muy joven. Ser madre no estaba
en mis proyectos inmediatos. Ni siquiera sabía si quería tener con él una
reconciliación definitiva. Estaba cansada.
Él se puso como loco. Volvió a golpearme.
Fue hasta la cocina, volvió con un cuchillo, y me asestó una puñalada en el
cuello. Detrás de esa, vinieron 112 más. Para atacarme, usó tres cuchillos
diferentes y un formón de carpintero. Los cuchillos se rompían a medida que
destrozaba mi cuerpo y él volvía a la cocina a buscar más. Con el formón dio
por terminada la tarea. Mi cuerpo quedó tendido en el piso, boca abajo, hecho
un bollito. Bañado en sangre.
Diecisiete.
Apenas diecisiete años tenía cuando él me
mató.
16 días de activismo contra la violencia de género
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