PRESENTACIÓN "INTERRUMPIDAS" UNLa
Fue el miércoles 31 de
agosto de 2011, cuando encontraron el cadáver de Candela Sol Rodríguez dentro
de una bolsa en un terreno baldío de Villa Tesei, cuando la palabra interrumpida se instaló en mi cabeza.
Candela había sido asesinada. Alguien había decidido impedirla, truncarla, segarla.
Interrumpirla.
Dos años más tarde, el
cuerpo Ángeles Rawson, desaparecida en Palermo, fue hallado en una planta
recicladora de residuos urbanos (CEAMSE). Con esa dolorosa aparición irrumpió
en mi mente, otra vez, la antedicha palabra. Y, a la luz de ese vocablo, que
sintetizaba el no dejar ser, surgieron
nombres, historias, rostros. La rubia belleza Oriel Briant resaltada con una capelina muy en
boga en los años ’70. La explosiva sensualidad de Alicia Muñiz ataviada con
plumas en el pasillo de un teatro de revistas. La dulce languidez de Jimena
Hernández vestida para su Primera Comunión. Las trenzas adolescentes de
Carolina Aló. La mirada limpia de Marela
Martínez.
“Se ha dicho que
el poeta es el gran terapeuta. En ese sentido, el quehacer poético implicaría
exorcizar, conjurar y, además, reparar. Escribir un poema es reparar la herida
fundamental. Porque todos estamos heridos.”, sostenía la enorme Alejandra Pizarnik. Y fue la
poesía el camino que elegí para intentar restañar de algún modo esa tremenda llaga
colectiva que nos atraviesa: las
chicas que nos faltan.
“Interrumpidas”
es
un poemario que abarca treinta años de violencia contra la mujer en la
Argentina. Los casos de violencia machista son el pilar fundamental del libro.
Pero también hay otros casos de violencia retratados en los poemas que lo
componen: la violencia intrafamiliar, con la niñez como blanco indefenso, y la
violencia mediática, que es abordada, por ejemplo, en los trabajos dedicados a Nora Dalmasso o
Melina Romero, interrumpidas como las
otras y asesinadas una y otra vez por
la maledicencia y el periodismo inmoral orientado a vender un diario más u obtener un punto más de
rating. Ese periodismo que avergüenza y se construye solazándose en una
tragedia que, erróneamente, supone ajena.
Escribir poesía en un mundo
donde los valores materiales están por sobre los valores espirituales no es tarea
fácil. Pero los poetas seguimos insistiendo, conscientes de que la palabra es
un poderosísimo instrumento que funciona
como herramienta de lucha y resistencia contra la violencia, el abuso y el
atropello en todas sus variantes. Y que, tal como sentenciaba Alejandra Pizarnik,
repara. Es una suerte de bálsamo para
el dolor, un compromiso frente a las grandes tragedias del mundo y, en este
caso puntual, un eterno abrazo para nuestras
interrumpidas. Porque las interrumpidas
son nuestras madres, nuestras hermanas, nuestras hijas, nuestras amigas. Somos nosotras.
Raquel G. Fernández
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